Entre las creencias, tradiciones y la madurez de las nuevas generaciones, el matrimonio ya no es la institución que alguna vez fue. Pero, ¿pasó de moda?

Si estás sentada en una reunión en la que todas las parejas a tu alrededor están casadas o comprometidas, lo más probable es que te inclines a pensar que no, que esta bonita institución sigue tan vigente como en los últimos años. Sin embargo, de cinco parejas casadas, tres terminarán divorciándose, uno en los primeros cinco años después de haberse casado. Y dirás, entonces, que es el divorcio lo que se está poniendo de moda. Pero si consideramos que cada vez postergamos más la vida en pareja, la edad a la que decidimos casarnos, la idea de tener hijos, incluso la edad a la que nos salimos de casa de nuestros padres, la realidad es que lo que está cambiando es el concepto del matrimonio.

Cuando el matrimonio se formalizó como institución, las cosas eran totalmente diferentes, empezando porque las mujeres eran consideradas propiedad de sus maridos y no tenían forma de ganarse la vida por sí mismas, y continuando con que la expectativa de vida era otra, así que la gente se casaba “hasta que la muerte los separe”, pero la muerte los separaba a los 30. Ahora que vivimos hasta los 90, la perspectiva cambia.

Teniendo mucho más tiempo para vivir, nos empezamos a plantear las cosas diferentes, porque tenemos mucho más espacio de elegir distintas cosas en la vida, pudiendo cambiar de carrera, de ciudad y de gustos, es casi imposible pensar que vas a poder elegir a una sola persona para compartir todo ese tiempo que tienes por delante.

Así que nuestra generación vio a nuestros papás crecer, evolucionar y convertirse en personas diferentes, y de repente, la pareja que habían elegido a los 20 ya no era la persona con la que querían compartir su vida a los 50. Y entendimos que los matrimonios pueden terminarse, y que eso suele ser lo más sano. Nuestros papás empezaron a abrir la discusión que nos tiene a nosotros pensando si realmente vale la pena haber hecho todo el gasto, o si pudieran haber vivido juntos en santa paz, hasta que ya no quisieran vivir juntos.

Para nosotros, el matrimonio empieza a ser un mero constructo social, un trámite burocrático que además cuesta muchísimo dinero y que no le otorga mayor validez a nuestras relaciones. Hoy es mucho más común escuchar que las parejas optan por convivir sin firmar ningún papel, porque el compromiso lo hacen el uno con el otro, sin tener que pasarlo por una institución, ya sea civil o religiosa.

Llevamos muchos años cuestionándonos cuál es el valor agregado que este trámite le da a nuestras relaciones, todo esto mientras vemos a muchas de nuestras amigas llegar hasta el altar, y por otro lado, leemos cientos de estadísticas que indican que muchos de ellos se van a divorciar (en Estados Unidos, la estadística más reciente muestra que 50% de los matrimonios se divorcian).

Entonces, lo que está cambiando para nuestra generación es el concepto del matrimonio, y lo que se está quedando obsoleto es la idea de que este debe ser para siempre, o que le otorga algún tipo de ventaja a nuestra relación. Nuestros abuelos creían en vivir juntos para siempre, y hacían lo que tuvieran que hacer para lograrlo. Es decir, se aguantaban. Y crecimos escuchando historias en las que las pobres abuelas aguantaban de todo. Hoy en día, jamás nos quedaríamos así.

La idea de “aguantar” ya no tiene concordancia con la forma en la que vivimos nuestras relaciones, y nos parece de lo más normal terminar una relación que ya no nos acomoda, por las razones que sean. Y empezamos a poner sobre la mesa la idea de que no existe un gran amor de tu vida, un príncipe azul… Ya no es el bueno, sino que se empiezan a abrir las opciones a pensar que vamos a tener varias relaciones maravillosas a lo largo de nuestra vida, y que algunas de ellas podrían pasar por el altar, pero no necesariamente. Empezamos a dejar atrás la idea de que el matrimonio es el objetivo, y que hay una sola persona en el mundo destinada a llevarnos hasta él. 

Esto es increíble, porque poco a poco vamos cambiando la idea de que una relación que se termina fue una mala relación, de que el divorcio es un fracaso, o de que la soltería es una carga, y empezamos a vivir relaciones mucho más auténticas y libres, en las que el matrimonio como celebración del amor puede tener cabida, pero no es la vara contra la que se mide la calidad de una pareja.

El matrimonio no pasa ni pasará de moda, lo que nos urgía cambiar era la forma en la que lo entendíamos, como un objetivo de vida, como la validación del amor, como algo en lo que te tienes que quedar para siempre, como tu capacidad para ser feliz o el único lugar en el que caben los hijos. Hoy en día, las relaciones las vivimos desde nuestra individualidad y cada pareja empieza a tener la libertad de elegir cómo quiere demostrarse el compromiso, si con un anillo, o con la elección diaria de la otra persona.

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