Ahora que Archie Harrison llegó a la vida de Meghan Markle y Prince Harry, la pareja real se enfrenta al verdadero reto de ser papás.

Esta semana empezó con una noticia que nos puso de buenas a todos, y es que nadie queda fuera de la fascinación por la familia real británica. A eso le sumemos que Harry es uno de los favoritos y que desde que se casó con una talentosísima plebeya (bien por ti, Meghan) nos cae aún mejor, la llegada de su bebé nos emocionó a todos.

Desde la aparición que hicieron en público para presentar al octavo bisnieto de la reina Elizabeth II, no podemos dejar de pensar en la vida que llevará Archie Harrison Mountbatten-Windsor como séptimo en la línea de sucesión al trono británico, considerando las implicaciones que este nombre tiene dentro de su vida familiar.

Y así como nos fascina el protocolo relacionado a la vida del bebé, la vida de Meghan ha recibido una cobertura mediática alucinante desde que empezó a relacionarse con Harry, pero mucho más cuando decidió dejar su carrera como actriz para dedicarse a ser la duquesa de Sussex. 

Tanto así que estamos saturados con notas que discuten, positiva o negativamente, el aspecto de Meghan a la hora de presentar a su hijo al público. Sin embargo, la maternidad no será el verdadero reto al que se enfrente la duquesa, aunque sin duda será uno bastante complejo.

Pero Meghan, aunque pareciera que la tiene más fácil que muchas, tiene frente a ella un reto más difícil que el hecho de ser madre de un descendiente real, y es el mismo reto al que se enfrentan todas las mamás después de un embarazo.

Y no, no es el post-parto, aunque ahí deben empezar varias de las dificultades. Estamos hablando del reto a sobrevivir como pareja, sin perderse en el camino, sin dejar de amarse, y en el caso de Meghan, sin causar una desgracia real.

Nadie nos prepara para la realidad de ser madres y padres, y mucho menos sobre cómo serlo en pareja. Escuchamos cientos de historias sobre padres workaholics que no generan vínculos con sus hijos, madres abnegadas que los culpan por no echarles una mano en casa, o al contrario, mamás con una fuerte depresión post-parto para la que nadie las preparó, mientras un papá trata de hacerse cargo de los biberones y los pañales, culpando en silencio a su esposa por no tener instinto materno.

Desde afuera es fácil detectar dónde empieza esta fisura que puede terminar en una separación, pero cuando estás dentro, cuando lo estás viviendo, lo único que puedes pensar es en el siguiente movimiento que vas a dar para garantizar la seguridad de tu hijo, dejándote a ti en segundo plano, y a la pareja en quinto.

Cuántas pláticas hemos tenido con mamás que se quejan del poco tiempo que sus maridos pasan con sus hijos, o de la culpabilidad que sienten por regresar al trabajo y meterlos en una guardería, o de los problemas financieros a los que se enfrentan, o de la falta de tiempo para ir al baño en paz.

Todo esto representa el verdadero reto al que se enfrentan las parejas cuando son padres. Los humanos como especie estamos equipados a reproducirnos, y aunque la naturaleza de la maternidad pueda estar en discusión, la realidad es que tienes todos los elementos necesarios para garantizar la supervivencia de ese bebé que acaba de llegar al mundo, y es instintivo, tanto para ti como para su papá. Ambos, por instinto, lo van a alimentar, lo van a limpiar, y lo van a proteger. 

Pero dentro de estas acciones tan animales se encierra un mundo de pensamientos y creencias que son las que nos hacen humanos, y que construyen una red sobre la que se cimentará la familia, solo que esta red puede ser individual o en pareja, dependiendo de cómo logremos equilibrarnos.

El reto es lograr que esa red los abarque a ambos, y los dos sientan que están contribuyendo para soportarla. 

El primer año de vida del primer hijo supondrá el mayor desafío para la pareja, pero con la llegada de cada nuevo integrante de la familia, este reto se desenvolverá nuevamente para ponerlos a prueba. Ahora la conversación no será sobre quién cambia los pañales, sino sobre quién ya lo hizo con el primero, quién sacrificó más horas de su vida, quién fue el proveedor, de quién fue la decisión de que llegara el segundo, y todas estas situaciones se nos acumulan en la punta de la lengua cada vez que hay que cambiar un pañal nuevo.

Dicen los expertos que la clave es la buena comunicación… Yo creo que la primera parte de esa clave es estar conscientes de que este primer año nos va a cambiar la vida más allá de lo evidente, y hacer todo lo posible por guardarle un espacio a nuestro ser en pareja, a ese paréntesis que creamos con el otro antes de los hijos y la vida en familia.

Recordar quién es la persona de la que nos enamoramos, y buscar formas de reafirmar que esa persona sigue estando ahí, aunque esté sepultada bajo toneladas de baberos sucios o bajo cientos de reclamaciones por no haber llegado a cenar a casa.

Así que si crees que lo más difícil para Meghan va a ser la maternidad dentro del protocolo real y siguiendo las costumbres británicas en las que no tiene gran injerencia sobre la educación de su hijo, piénsalo dos veces. Si nosotros la tenemos difícil, siendo mamás modernas en la comodidad de nuestras casas donde nos podemos quejar de lo que queramos, imagínate el reto que será para ellos lograr que su matrimonio sobreviva bajo la atenta mirada del mundo entero.

*IMAGEN: Getty Images