En celebración al mes del orgullo, Grazia México y Latinoamérica abrió un espacio a cuatro creativos de la comunidad LGBTQ+ para contar su historia. A través de un artículo de opinión, cada uno reflejó con su particular voz la lucha por amor y respeto que continúa vigente.

Por Lula Arreola Sulaimán

Desde que era un niño pequeño, siempre supe que era diferente. No lograba comprender qué era exactamente lo que me separaba de los demás niños “normales”. Solo entendía que no pertenecía. Odiaba la palabra “normal”, me parecía totalmente absurda ¿Quién puede decir que es normal y por qué es o no es normal? ¿Por qué le damos tanto peso? Me confundía mucho intentar aterrizar el concepto.

A los seis años ya sabía que lo “normal” para los niños era el color azul o jugar futbol o el fanatismo hacia los cómics de superhéroes. Yo no sabía en aquel entonces que no me identificaba como niño. No me gustaba el color azul; no lo odiaba pero no me identificaba con él. Ni los carritos, ni los Max Steel, ni jugar con mis compañeros a que éramos super sayayines. Ni siquiera me gustaba juntarme con varones. No me gustaba que las personas esperaran que fuera un “caballero” o un “protector”. Sabía que tenía la capacidad de hacerlo, pero no me gustaba el énfasis que se marcaba en ello. ¿Quién dijo que un niño tiene que actuar como un héroe por el simple hecho de tener pene? ¿Que debía ser un líder nato o tener la solución a cualquier problema? Me indignaba aún más pensar que no se podía concebir a una mujer capaz de poseer aquellas virtudes. ¿Acaso una niña no podía serlo? Dichos como “los niños no lloran” o “eso es de niñas” me hacían cuestionar: ¿Por qué la gente asume que ser niña o ser sensible es algo malo o negativo? Fue en ese momento, en 1999 que descubrí Sailor Moon y mi mente de seis años estaba en éxtasis total. Había decidido, inocentemente, que me convertiría en una Sailor Scout que lucha por el amor y la justicia.

Casi toda mi vida tuve muchas más amigas que amigos. Cuando estaba con las niñas, me sentía cómodo. Nunca olían mal, rara vez eran cochinas, y en general eran más respetuosas. Sentía que hablábamos el mismo idioma, no me juzgaban por no aparentar ser algo que claramente no era ni quería ser. Me querían tal y como era. No sentía atracción por ellas, pero deseaba ser como ellas.  A pesar de que tenía varias amigas y una vida social relativamente sana, a mi familia le preocupaba mucho este hecho. Algo estaba haciendo “mal” que el “hombre” en mí simplemente no nacía. “¿Por qué no se junta más con los niños?” Les preocupaba que fuera diferente porque sabían que serlo implicaba sufrir cualquier tipo de bullying o abuso. No querían que sufriera, querían que fuera “normal”. Esos fueron los primeros golpes de realidad en los que aprendí a cerrar la boca, intentar pasar desapercibido lo más posible y esperar que un mágico día pudiese despertar con el cuerpo de una niña, con MI cuerpo y no el caparazón tosco, torpe y estorboso que tenía como cuerpo. El vello comenzó a crecer, mi espalda se ensanchó y me cambiaba la voz día con día. Ahora no solo el mundo me odiaba por ser “puto”, “maricón”, o “joto”, sino que yo también me odiaba a mí mismo. Sentía que mi cuerpo y mente no eran míos. Que había sucedido un error. Nadie me había dicho que podía transicionar. Ni comprendía realmente lo que significaban las palabras “transgénero” o “transexual”. Sólo sabía que se consideraban socialmente como “degenerados” y que eso no era “normal”. A los 15 años, una amiga me dió las alas para probarme por primera vez un vestido. No sabía que ese momento me definiría hasta el día de hoy.

Si ser un “degenerado —que no lo somos—,  y no ser “normal” me iba a brindar esta felicidad o paz interna, entonces quería ser la reina de los anormales.

Ahora que tengo 26 años, después de haber sufrido violencia física, verbal, psicológica y sexual perpetrada por la ignorancia, machismo y fanatismo religioso, me encuentro en plena transición. Llevo siete meses tomando estrógenos y bloqueadores de testosterona. A pesar de la locura que conllevan tantos cambios —sociales, emocionales, hormonales, físicos, etc.—, nunca me había sentido tan feliz y plena en mi vida. Las personas trans, queer y no binarias tenemos vidas llenas de dificultades. Existe un gran tabú y estigma en contra de nosotros. Si la gente pudiese darse la oportunidad de ver más allá de lo físico, tal vez encontrarían que la palabra “normal” carece de sentido. Invalidan nuestro valor como seres humanos.

Quise diseñar moda para demostrar que el género es un constructo social y que lo que se aprende, se puede deconstruir. Inspirar a otros y hacerles saber que no están solos. No existe una sola forma de vivir, sino que podemos elegir cómo queremos vivir. Yo elegí ser feliz y no ser “normal”. Elegí convertirme en una Sailor Scout que lucha por el amor y la justicia.

*FOTOGRAFÍAS: Cortesía Lula