En celebración al mes del orgullo, Grazia México y Latinoamérica abrió un espacio a cuatro creativos de la comunidad LGBTQ+ para contar su historia. A través de un artículo de opinión, cada uno reflejó con su particular voz la lucha por amor y respeto que continúa vigente.

Por María Ponce

Estimadx lector, imagina que al leer estas líneas te encuentras frente a un gran espejo, imponente, bello pero a la vez de una dimensión que asusta. Todo es metáfora, pero debes de ser tú quien interprete esta historia. Eres tú quien está a punto de entrar a escena.

Marcan las 11:55 y estás frente a ese espejo. Con el alma llena, los labios en rojo y un cabello que solamente tú sabes cuánto tiempo tardó en crecer. Y estás ahí, sabiendo que en cinco minutos nuevamente sales a dar show.

Asemejas el momento, lo disfrutas y te das cuenta que para poder estar ahí tuvieron que pasar años, batallas y nuevamente esas lágrimas que más allá de arruinar el rímel, te limpió el alma. 

—¡3 minutos!— escuchas desde afuera.

Y un miedo se apodera de ti, ya lo conoces, lo enfrentas, y mirándote nuevamente, lo vences. Llega cada noche, pero se dispersa al amanecer. Para poder dar los últimos detalles, miras hacia atrás, y como si cayera un torrente de recuerdos, los evocas nuevamente, te arropan y te hacen fuerte. Los zapatos que usas están desgastados y rotos, pero cada centímetro de altura que tienen te acompañaron en cada paso, en cada lugar en el que te daba miedo entrar, estuvieron ahí, digamos que son los de la suerte.

El vestido, bordado con cada piedrita que titiritea con la luz tenue del vestidor está cuajado de brillantes, y sabes que al coserlas, representan cada una, una pequeña victoria. Y le sonríes, y te sonríes. Te sientes orgullosx: habías olvidado ese vestido de lucha en el fondo de tu aparador, pero hoy lo decidiste usar de nuevo.

Y un miedo se apodera de ti, ya lo conoces, lo enfrentas, y mirándote nuevamente lo vences.

Del cabello, ni hablar: muy bien peinado, sencillo. Pero es esa discreción la que lo hace especial, sabes que donde hay susurros, un cabello responde. Y estás casi listx, te pones dos guardianes que te acompañan en cada oído, uno a la izquierda y a la derecha, como zafiros que desafían al aire mismo. 

Sonríes frente al espejo, habías olvidado por qué estás ahí, y a pesar de que en ocasiones en ese gran backstage llamado vida te sientes solx, te das cuenta que hay más personas que como tú, están alistándose cada noche, cada día, y sí: son una compañía, una comunidad, orgullosxs de mostrarse con el mejor ajuar que la situación amerite. No estás solx, respiras. Estás a punto de entrar, y sabes que el libreto lo has estudiado perfectamente, rocías un poco de Mugler sobre tu cuello, y te diriges hacia la puerta dejando una estela de olor.

En el calendario sobre la pared se puede leer junio. 

Al fondo se escucha “Hoy quiero confesarme” de Isabel Pantoja. Tu señal de entrada.

—¡Comenzamos!— sabiendo que esta historia no es sobre mí, es sobre todxs. Por lxs que estamos y por lxs que ya no están. Y que sin importar los teatros, las comunidades o el público al que decidamos cantar o bailar, todos estamos unidxs por el amor hacia algo que nos mueve y apasiona, así nos hace más humanos, sin importar clasificaciones, géneros o colores, únicamente el amor nos salva. Cada noche, cada unx salimos a escena, y frente al micrófono esperamos a ser escuchados, creyendo en lo que cada persona realiza.  

¿Sabrás qué decir en voz alta? Prepárate. 

El teatro debe ser para todxs o no será. Todxs deben poder ejercer su capacidad de estar al frente y de espectador, sabiendo que cuando baje el telón, habremos dado el mejor espectáculo en la vida.

Ten la certeza queridx lector, que una butaca siempre estará ocupada por mí para verte, para aplaudirte y lanzarte una rosa de admiración.

Con amor, María Ponce.

María Ponce es diseñadora de moda graduada de la Universidad Centro y activista LGBTQ+. 

*FOTOGRAFÍAS: Daniel Molina