El 11 de febrero de 2010 el mundo no esperaba despedirse de Alexander McQueen. Esa noche el diseñador británico se quitó la vida en su departamento en Mayfair en Londres. A la mañana siguiente sus tiendas se llenaron de flores que la gente dejaba a manera de despedida. Ese día hubo un antes y un después en el mundo de la moda.

Si bien su marca continuó en las manos de la diseñadora de modas Sarah Burton, y su nombre será recordado por ser la firma del vestido de novia de Kate Middleton, Lee Alexander McQueen era mucho más que eso. El diseñador inglés se entregó por completo a una industria que al inicio dudó en abrirle las puertas. Una industria que lo cuestionó, que se fue enamorando de él poco a poco, pero que supo apreciar su creatividad hasta su muerte. McQueen era un genio de la moda.

Es común decir que todos los genios tienen algo de locos. La premisa parece coincidir en muchos casos: Ernest Hemingway, Vincent van Gogh, Michelangelo, solo por nombrar algunos. En palabras de Aristóteles, “ninguna gran mente ha existido jamás sin un toque de locura”, y Lee Alexander McQueen sin duda se apega a esta declaración.

Alexander McQueen.

No se volvió loco pero peleaba constantes batallas en su vida privada, con la depresión y adicción a las drogas. Su visión de la moda británica era extraordinaria y el costo de esa creatividad fue muy alto. Si algo se extraña de este maestro son sus desfiles. No es común ver en la moda colecciones como las de él. No había colección basada en un tema y sobre todo con una intención. Como si se tratara de una obra de arte, cada detalle estaba calculado. El pelo, el estilismo, los materiales, el maquillaje y los accesorios se mezclaban para crear un concepto que pretendía sorprender. “Quiero que cuando veas mis desfiles sientas repulsión o emoción”, dijo Lee Alexander alguna vez en una entrevista, “si no, no estoy haciendo mi trabajo”.

Diez años atrás, por ejemplo, la idea de crear un holograma para presentarse en vivo no era común. Cuando su amiga Kate Moss estuvo en el escándalo del consumo de cocaína, McQueen le rindió tributo con un holograma en plena pasarela. Es uno de los momentos que pasarán a la historia como uno de los más emblemáticos en el mundo de la moda. Igual que el desfile No.13, donde cerró con dos robots que proyectaban pintura sobre una modelo con un vestido blanco. Un performance que hizo llorar al propio McQueen.

El impacto que dejó Alexander McQueen en la moda durante la década de los 90 continúa hasta nuestros días. El diseñador inglés contribuyó a que London Fashion Week se posicionara como la semana más arriesgada en términos creativos. Algo por lo que Londres sigue siendo conocido.

El desfile de modas más controversial fue en marzo de 1995, McQueen dedicó su colección otoño/invierno llamada The Highland Rape al daño que Inglaterra le había hecho a Escocia. Las modelos caminaban como si hubieran sido brutalizadas, los vestidos de encaje rasgados y sus ojos con lentes de contacto completamente negros.

Después de la muerte de Alexander McQueen, la exposición Savage Beauty que se presentó en Metropolitan Museum of Art y en el Victoria & Albert Museum de Londres, fue la encargada de recordarnos y quizás explicarnos cómo funcionaba la mente de este genio de la moda. La exposición en Nueva York rompió el récord de visitas demostrando que la moda le puede hablar a cualquier persona.

McQueen era una tormenta perfecta de muchas cosas al mismo tiempo. Su exigencia tanto en su vida privada como profesional al momento de hacer una colección, fue lo que lo llevó a ser uno de los mejores diseñadores. Siempre hablamos de los grandes couturiers que revolucionaron siluetas, desafiaron las reglas y crearon una nueva estética. Quizás sea tiempo de poner a McQueen en esa lista. La oscuridad en la que vivió despertó una mente que nos enseñó que el mundo de la moda es un escape, pero que, como si se tratara de una escultura o una pintura, es arte que muy pocos pueden hacer.

Aquí Plato’s Atlantis, su último desfile: