Es en los días más oscuros cuando realmente descubrimos quiénes somos. En medio de esos tormentos que se antojan eternos, en medio de la duda, cuando nos creemos doblados, derrotados, descubrimos que podemos dar un paso más.

Y después otro. Y otro.

El 3 de febrero de este 2020 el gobierno tomó la decisión de aislar Wuhan, una ciudad de 11 millones de habitantes, en un esfuerzo para detener la propagación de un nuevo virus. A la distancia, miramos atónitos escenas trágicas de calles vacías, corredores de hospitales saturados de enfermos y gente recluida en sus casa y departamentos. Las mismas escenas que habíamos visto decenas de veces antes en películas de ficción. Aunque esta vez eran reales.

El número de enfermos creció de manera exponencial. Las unidades se transformaron en decenas, en centenas, en millares. Y después lo inevitable sucedió. En un mundo hiper comunicado, que se ha hecho pequeño gracias a los avances tecnológicos, el virus logró salir de China para empezar a esparcirse por el resto del mundo.

Japón, Irán, Corea del Sur y después Italia, que por alguna razón se convirtió en el epicentro del brote en el mundo occidental. Con determinación el gobierno italiano tomó la decisión de poner en cuarentena al país entero. De detenerlo para detener al virus. No carnaval. No escuelas. No desfiles de moda, ni películas, ni conciertos. Tampoco bodas, ni funerales. Solo un esfuerzo colectivo para detener a la epidemia, conociendo de antemano las implicaciones económicas que eso tendría.

En Italia, la historia de China se repitió. De nuevo las unidades, las decenas y los miles. Tan solo el 12 de marzo hubo 2,615 nuevos casos arrojando a la población entera a una profunda espiral de desesperación que podría replicarse en otros territorios, en otros países.

Pero en medio del dolor, en medio de la oscuridad, siempre hay voces de esperanza, que nos alientan a seguir marchando. Pueden ser susurros, pero dentro de nuestros oídos se amplifican y nos conmueven. Nos recuerdan que vale la pena luchar. Las calles vacías de Roma, de Milán, de Niza, de Florencia han sido decoradas por dibujos hermosos, coloridos, llenos de arcoíris y unicornios, dibujados por niños (el sector de menor riesgo ante la nueva enfermedad) que preocupados y hermosos, inocentes y empáticos, valientes y sonrientes, le gritan al país entero (¡y al mundo!) lo único que tal vez ahora necesitamos escuchar: Andrà Tutto Benne. Todo va a estar bien.

Al mismo tiempo, desde China, el día en el que los contagios parecieran detenerse (ayer hubo solo 21 nuevos casos), surgen videos como este que nos demuestran que es en las crisis cuando nos volvemos humanos, cuando nos entendemos y cuando, sin siquiera tocarnos, en verdad nos abrazamos.


Porque es en los días más oscuros cuando realmente descubrimos quiénes somos y juntos, como especie, nos alentamos para armarnos de valor y dar el siguiente paso.

Y después otro. Y otro. Y otro más. Para que nunca jamás nos demos por vencidos.

Andrà Tutto Benne.