“Que… ¿¡¿QUÉ?!?”, me pregunta mi amiga. Creo que está flipando, tenemos unos 20 años y le estoy contando las novedades sobre cómo me está yendo con la persona que me gustaba en aquel momento. Repito: “Que como a su novia ya la conoce y la ha probado, no va a cambiarla por mí, así, sin conocerme de nada. Que tendría que probarme antes”.

Me suena raro, pero en fin, ¿acaso no tenían los tíos siempre la razón en todo lo que nos decían? ¿Acaso, aunque no la tuviesen, teníamos algo que hacer contra su habitual cabezonería? Mi amiga no puede ni pestañear del susto y se dispone a explicarme que las personas no tenemos periodo de prueba y que ese tipo lo que era en realidad era un capullo integral. Un neoliberal del romanticismo, un optimizador de afectos en la era 2.0. Lo que viene siendo, un pieza.

Es una lección que aprendí para siempre: no tratar a la gente como si fuera mercancía, productos que pruebas, cambias, deshechas. Pero, ¿realmente le importa eso a alguien en los tiempos del sile-nole sentimental? Probablemente no. Porque una relación fallida solo es una oportunidad para encontrar nuevo queso y empezar o terminar algo es tan fácil como pulsar el corazón o el aspa. Y si la cosa se pone muy fea, siempre podemos cambiar de distrito postal y esperar a que San Tinder nos muestre las novedades en su mercado de caras bonitas dispuestas a conocerte en tu zona.

Total, ¿qué más da? Si el mar está lleno de peces y un clavo saca a otro clavo y a nadie le salen bien los líos de app de ligoteo, quizá porque estamos todos ahí metidos siguiendo la máxima del ‘busque, compare y si encuentra algo mejor, hágale match’.

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Vivimos en los tiempos del del ‘sile-nole’ sentimental.

Vivimos en tiempos en que si uno se ve falto de contacto humano, abre una aplicación y se dedica a pasar fotos con el dedo, decidiendo a cuál de esas personas supuestamente emocionalmente disponibles va a elegir para pasar el rato. Miles de trucos para adivinar si va a ser una buena o mala captura elección. ¿Sale bebiendo o fumando en la foto de perfil? ¿Sale luciéndose en bañador? Mal asunto. ¿Sale rodeado de gente en una foto de grupo y no queda claro cuál de todos es? Peor asunto todavía. Agudiza tu olfato. Hazte una experta en descubrir los significados ocultos de ‘Senior Web Developer’ o un selfie de cuarto de baño con el que el iluminado de turno ha decidido presentarse al mundo para competir en el ‘mercado sexual’.

Este es un mercado en el que hasta las rupturas ‘se ganan y pierden’. ¿Por qué convertir algo tan doloroso e íntimo en una competición y maniobra pública? Instagram se ha convertido en el particular campo de batalla donde las ya ex parejas ‘luchan’ por dejarse ver lo más felices y realizados posible, de cara a que el mundo entero tenga claro quién lo ha superado más y mejor.

Instagram se ha convertido en el campo de batalla donde las ya ex parejas ‘luchan’ por dejarse ver lo más felices posible.

Es el viejo mito de la meritocracia, que ha arruinado más vidas obreras que la heroína. Da igual si eres rico o pobre, si eres guapo o feo. Si tienes lo que quiere el mercado, ganarás. Y así establecemos las reglas de esta jungla. Consigue cosas. Vive más, sé mejor, colecciona momentos. Y si algo no te parece lo suficientemente perfecto, no te preocupes, a la papelera y a por el siguiente. Consume y sigue. Y con el amor, igual.

Cuidado con ser demasiado inteligente, más alta que él o tener algún problema personal. © Mondadori

Y tú, ¿cuánto vales? El mercado sexual

¿Dónde queda la autoestima del sujeto en todo este entramado? Bueno, deberá hacer recuento de sus ‘activos’ y ‘recursos’. En un sistema como el neoliberal, en el que el objetivo es convertir la vida en mercancía y convertir a los seres humanos en objetos o sujetos de consumo en un ‘libre mercado’, tus habilidades personales deben estar enfocadas a acercarte al éxito, a aumentar tu valor. Y el éxito para la mujer en el Patriarcado está más que claro: conseguir la aprobación masculina. Ya venga en forma de marido, de novio o de palmadita en la espalda por los servicios prestados.

El éxito para la mujer en el Patriarcado está muy claro: conseguir la aprobación masculina.

Así es tu moneda de cambio, amiga. Pero cuidado con ser demasiado inteligente, mejor no lo muestres, no vayas a asustar a tu hombre. Si eres demasiado alta, no te pongas tacones, puedes resultar intimidante. Si tienes cualquier tipo de problema personal, por supuesto, no lo menciones jamás. Nadie quiere perder el tiempo escuchando las historias para no dormir de otros, ¿quieres que piensen que eres problemática y, por lo tanto, pasen de ti? El mercado manda. Ya habrá otra que sonría más.

Cuidado con ser demasiado inteligente.
Si tienes problemas, cállatelos. ¿Quieres que piensen que eres problemática y, por lo tanto, pasen de ti? Ya habrá otras que sonrían más.

Siguiendo la lógica de Barney Stinson y su Hot Crazy Scale, solo las mujeres que puntúen lo suficientemente alto en una escala que valora su atractivo en términos de follabilidad, pueden permitirse estar locas. Más claro el agua, tu valor sexual de mercado es el que define cuánto vale aquí cada cual. En este mercado vales lo que vales según te ajustes a lo que otros necesiten de ti, y lo que esperan es que se reproduzca la situación donde ellos salen ganando. Mantener el statu quo, perpetuarse.

Solo las mujeres que puntúen lo suficientemente alto en una escala que valora su atractivo en términos de follabilidad, pueden permitirse estar locas.

Mantenernos entretenidas persiguiendo una perfección inalcanzable: el cuerpo Photoshop. La vagina rejuvenecida, que no desvele tu edad. La hembra perfecta, siempre disponible y siempre sonriente que te vende el porno.

Cuantos menos problemas supongas y más necesidades satisfagas, más alto puntuarás, ¿y eso qué significa? Que tendrás acceso a más y mejores ‘hombres de alto valor’. Y por supuesto, la ‘suerte’ de competir con otras mujeres por ellos. Competir es vivir para las mujeres, o eso nos quieren vender. Son tu competencia inmediata en el mercado sexual, ¿quién necesita pijama parties teniendo misoginia interiorizada? ¿Quién no ha oído eso de que alguien es un 9 y su pareja un 4 y eso no se podía entender? ¿Quién no ha odiado a otra chica solo porque están interesadas en el mismo hombre, que para colmo intentará pillar cacho con las dos? La ex de tu ex, la ex de tu pareja, la ex de tus amigos y todos esos seres monstruosos en una batalla final en la que el único que va a salir victorioso, es el macho.

Cuantos menos problemas supongas y más necesidades satisfagas, más alto puntuarás, ¿y eso qué significa? Que tendrás acceso a más y mejores ‘hombres de alto valor’.

Así, el neoliberalismo consigue lo que busca, separarnos y enfrentarnos. Pero también, mantenernos ocupadas consumiendo. No hay feminismo sin unión y no hay unión sin una buena dosis de saber que se está en el mismo bando. Por eso, estas nuevas creencias, prefieren discretamente apoyarse en otro tipo de ‘valores’ más individualistas. Así de paso, si fracasamos, también es culpa nuestra. Obviamente, –como el chico que quería probarme antes de dejar a su novia como si yo fuese un tapón de detergente que no puede cambiar si no es por otro que lave más blanco–, no estaríamos siendo tan competitivas ni sentiríamos que hemos sido reemplazadas por otro producto más nuevo y mejor.

Una tiene que convertirse en una ‘emprendedora sexual’ con el único proyecto vital de ser deseable y dedicar el esfuerzo necesario diario a estar al día con las novedades del mercado. Un presupuesto abultado para ropa sexy y cajones llenos de juguetes sexuales.

El mercado manda y ya lo hemos dicho hace un buen rato: nadie quiere escuchar tus penas, en este lineal no hay sitio para productos defectuosos. Así que, ¿qué hacemos? Personalmente, opto por fijar mi valor sexual de mercado en un bonito y glorioso número uno.

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Un ‘uno’ como este.

No queremos competir por el amor ni las migajas de la aprobación de nadie. No queremos competencia, queremos hermanas. No queremos ser número uno en el mercado, porque no queremos números, no somos ganado. Queremos cuidarnos, poder ser personas, no objetos. Si tenemos que competir por algo, que sea por nosotras y por llegar lo más lejos posible.

No queremos ser número 1 porque no queremos números, no somos ganado.

Más relaciones de verdad, con sus cosas buenas y malas, con su perfecta imperfección. Con sus noches en pijama comiendo pizza. Menos presión por encontrar la relación perfecta que llene nuestro Instagram de corazones voladores. Y sobre todo, dejar de puntuar a las personas como si fuese un concurso en el que nadie les preguntó si querían participar.

La puntuación te la pones tú misma, así que no te quedes escasa. Llevas toda tu vida no-preparándote para ello, ¿no es maravilloso?