Mari Paz Ocejo te explica con detalle la evolución de la mancuerna entre la realeza y la moda. La primera parte no podía basarse en otra personalidad más que en Lady Di.

Hubo una época en que los royals, como llaman ahora a los miembros de las casas reales, eran el antagonismo del glamour. Me refiero a los jóvenes que eran cero fashion, poco agraciados y hasta me atrevo a decir, un poco cursis y anticuados. Pero vaya que el asunto ha cambiado. La realeza hoy se proyecta como una etnia que además de tener la sangre azul es vanguardista y capaz de marcar tendencia. Es tanto lo que hay que decir de ellos que me tomaré la licencia de dividirlo en entregas.

Me parece que la primera en despegarse de ese look más bien rancio, aunque impecable, que gustaban llevar los y las integrantes del mundo de las cortes, fue Lady Di. O al menos fue 

la primera que lo hizo evidente. Tal vez por lo jovencísima que era cuando Charles de Inglaterra le pidió matrimonio, ese día en que le dio el enorme zafiro que hoy lleva Kate Middleton, esposa de Prince William y duquesa de Cambridge. Diana parecía una colegiala y el mundo la quiso así, la adoptó con ese aspecto naif e incluso le aplaudió el vestir como una joven-niña moderna y hasta un poco girl next door. Sin ser transgresora, ni demasiado atrevida, Diana se convirtió en una trendsetter natural.

El fenómeno “Diana” dejó montones de dinero a marcas populares que le gustaba llevar cuando era novia de Charles. Los estilistas tuvieron que practicar el corte de pelo que usaba porque no solo las chicas inglesas querían traer su mismo corte, teens del mundo entero morían por lucir el mismo look. Para su boda no recurrió a extensiones, ni a peinados sofisticados, su mismo hairdo de todos los días, un poquito más estructurado y coronado por una fantástica tiara de esas como las que has visto alguna vez en la Torre de Londres y que logran que captes ipso facto el dicho: “Las joyas de la corona”.

Un detalle curioso cabe en este renglón: dado que Diana pertenecía a una familia de aristócratas, no se tuvo que recurrir al joyero de la casa real porque el que trabajaba para la abuela de la futura Princess of Wales, no estaba del todo mal. Así que lució la llamada Spencer tiara realizada en oro y diamantes. Iba velada, y se veía preciosa, tímida y hasta inocente. Los rayos que emitían las mega piedras de su tiara le daban un aspecto entre etéreo y celestial.

En lo que sí tuvo mucho cuidado fue en elegir un diseñador británico para realizar ese vestido que millones de personas esperaban ver. Por eso, Elizabeth y David Emanuel recibieron semejante encargo. No era difícil hacer que Diana se viera gloriosa porque lo tenía todo: estatura magnífica, medía 1.78 m, delgada, 20 años y mucha belleza. ¿Nada mal verdad? Y fue así que la protagonista de una de las bodas más esperadas de todos los tiempos cumplió su rol de “novia espectacular” por todo lo alto en la St Paul’s Cathedral, en Londres. Diana abrió la puerta al resto de los royals del mundo para innovar y atreverse sin transgredir dejando una herencia al mundo de la moda que todavía en nuestros días, las más trendsetteras como Alexa Chung rescatan y llevan en cualquier momento.

Más allá del bien y el mal

En el ámbito real hay quienes se cuecen aparte:

La reina Elizabeth II de Inglaterra: A ella, en cuestión de vestimenta se le perdona todo, igual que a la difunta Reina Madre quien murió de 101 años. Dicen que viste de esos colores tan poco convencionales para que siempre su guardia la tenga ubicada.

Carolina de Mónaco: Desde muy joven ha vestido muy bien pero mucho más formal de lo que lo hacen ahora las jóvenes de la nobleza. Chanel ha sido su firma más allegada.

Rania de Jordania: Tiene un sentido de la moda como pocas en las casas reales. Innovadora, pero elegante, deja huella por donde quiera que se presenta.

 

Artículo publicado originalmente en Grazia Octubre 2018
*IMÁGENES: Getty Images