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By Carolina Chávez Rodríguez

La historia del huevo de Fabergé, la obsesión de la realeza británica

Te contamos la historia dorada de los huevos de Fabergé.

A la familia Romanov le encantaba ir de picnic. En el Alexander Palace, su residencia en las afueras de San Petersburgo, se utilizaba el reciente invento de las campanas eléctricas para llamar a los sirvientes, pero comer al aire libre suponía todo un problema para la zarina Alexandra Feodorovna. El legendario orfebre Peter Carl Fabergé acudió a su rescate con la creación de una campana de plata y madera de amaranto que se podía tintinear para pedir pan negro, caviar o cualquier cosa que los Romanov desearan durante sus salidas al aire libre.

La mayoría de la gente sabe que Fabergé creaba cada Pascua una serie de preciosos huevos imperiales para la familia real, pero Fabergé en Londres: Del romance a la revolución, la recién inaugurada exposición del Museo Victoria and Albert Museum, revela nuevos aspectos de la historia del artista, explora el arte de sus creaciones, el romanticismo de una época remota y el trágico final de la familia: Alexandra, su marido el zar Nicolás II y sus hijos fueron ejecutados en julio de 1918.

La sala de exposiciones londinense de Fabergé, inaugurada en 1903, era la única tienda de la empresa fuera de Rusia. La muestra del V&A ilustra cómo la sociedad eduardiana influyó en el trabajo que Fabergé realizó en San Petersburgo, ya que las altas esferas de la sociedad británica acudían asiduamente al joyero. El mecenazgo de la realeza era crucial para que Fabergé pudiera repetir su éxito en Londres, y su local de la ciudad de Londres abrió sus puertas con el aval que suponía la admiración que la aristocracia británica profesaba por el artista.

María Feodorovna (madre de Nicolás II) enviaba frecuentemente regalos de Fabergé a su hermana, la reina Alexandra de Inglaterra: “Ahora que el tonto de Fabergé tiene su tienda en Londres, tú ya lo tienes todo y yo nada nuevo que enviarte. Estoy furiosa”, se quejaba María Feodorovna en una carta que le escribió desde San Petersburgo. El intercambio de regalos era un protocolo crucial en la sociedad eduardiana, una faceta pareja a los bailes de la aristocracia y las fiestas de fin de semana de cada estación. Y nada como las piezas de Fabergé para captar el zeitgeist de esta época dorada de la ofrenda.

Coleccionar Fabergés se convirtió en un pasatiempo para la realeza británicaA lo largo de las seis generaciones siguientes, la familia ha acumulado 800 piezas en la Colección Real, cuyas últimas adquisiciones ha tenido lugar durante el presente reinado. La propia reina de Inglaterra es la mayor prestataria de la exposición del V&A, con 80 piezas.

Pregunta obligada: ¿por qué ha perdurado su gusto por Fabergé? “Lo que enganchó desde el principio a la familia real británica fue su tradición transgeneracional”, explica Caroline de Guitaut, inspectora adjunta de las obras de arte de la reina. “Por una parte, el mecenazgo que compartían y la pasión por sus obras, y por otra, la admiración por la artesanía y la destreza de Fabergé”.

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