Ya está, ya es oficial, el desfile de Victoria’s Secret es el día de la marmota, un bucle al que asistimos embelesados cada año con el mismo fervor con el que, por ejemplo, repasamos las listas de mejor y peor vestidas en los Oscar.

Aún no lo hemos visto (nadie lo ha hecho todavía: el desfile propiamente dicho no se emitirá hasta el próximo día 5) pero ya podemos declarar oficialmente que estamos saturadas de ángeles y querubines.

¿Ángeles bailando bajo una lluvia de confeti dorado? Esto ya lo he visto antes. © Cordon Press
¿Ángeles bailando bajo una lluvia de confeti dorado? Esto ya lo he visto antes. © Cordon Press

No somos las únicas. Hace dos ediciones Business of Fashion preguntó a sus lectores qué les parecía el show y las respuestas (“hortera”, “aburrido” o repetitivo”) hacían suponer que la cita empezaba a perder su capita de esplendor.

También lo hacen las apabullantes cifras de la marca que copa más del 60% del mercado de lencería en Estados Unidos -según la consultora Ibis World-, pero que anda como títere sin cabeza desde que en febrero se fuera su CEO, Sharen Jester Turney. Ella había sido la responsable de convertir a la casa de los ángeles en un fenómeno global.

Desde entonces, en lo que llevamos de año, la marca no ha cumplido con las expectativas de los accionistas; ni con las que ella misma fijó en ejercicios anteriores. En abril anunciaba una reestructuración (y el recorte de 200 puestos de trabajo).

¿Sabrías distinguir el show de Victoria’s Secret de anoche de los de otros años? © Getty Images / Cordon Press
¿Sabrías distinguir el show de Victoria’s Secret de anoche de los de otros años? © Getty Images / Cordon Press

Algo pasa en el olimpo

Números aparte, la firma lleva varias temporadas en el ojo del huracán tanto por su propuesta de cuerpo perfecto, como por el carácter sexista de sus campañas. Y ninguna de las dos concepciones se alteraba ni lo más mínimo en el desfile de ayer, un evento en el que primaba todo menos la naturalidad y en el que lo que menos importaba era la ropa (escasa, por otra parte).

Unos valores bastante alejados de la mentalidad de los millennials, que desde que descubrieron el athleisure decidieron no renunciar más a la comodidad… y menos por un sujetador push-up de los que colocan el pecho a la altura de los ojos (la pieza estrella de Victoria’s Secret).

El sexo es, sin lugar a dudas, otro incentivo fundamental a la hora de lanzarse a comprar lencería, pero en esta idea tampoco coincide VS con las mujeres de las nuevas generaciones, que prefieren apostar por prendas que sean aliadas (y no dictadoras) de su anatomía, en pleno auge del movimiento plus size. Como las de la firma que persigue a Victoria’s Secret en la tabla de beneficios (aún a años luz, pero recortando posiciones a una velocidad de vértigo): Aerie, una marca que ha hecho del no-retoque un protagonista en sus campañas. “La solidez de Aerie llega al mismo tiempo que Victora’s Secret está empezando a desacelerar, un hecho que nosotros no vemos como una coincidencia”, señalaba el pasado mes de mayo el analista Simeon Siegel a Reuters.

Jasmine Tookes y el 'Fantasy Bra'. © Getty Images
Jasmine Tookes y el ‘Fantasy Bra’. © Getty Images

Lencería para hombres (que llevan sus mujeres)

Las mujeres de hoy en día no aceptan con tanta docilidad los trucos de Photoshop, de la misma manera que se plantean si el formato del desfile de lencería no ha quedado obsoleto: ¿51 modelos presumiendo ante el mundo de depilación brasileña? Aderézalo con bien de relleno, unos cuantos kilos de brillos y lentejuelas y ya tienes un mix que se repite infatigablemente año tras año.

Pero la raíz del problema viene de lejos, de la propia fundación de la compañía en los años setenta: detrás del ‘secreto de Victoria’ no hay ninguna mujer, sino un hombre, Roy Raymond, que decidió crear una tienda de lencería en la que los hombres no se avergonzaran de entrar. Vamos, que montó todo este tinglado para que los buenos de nuestros novios/amantes/maridos pudieran comprar la lencería de sus sueños… para nosotras. De aquellos inicios en California queda poco (Raymond vendió su parte y se suicidó) pero la pátina sigue vigente.

Que si de espaldas enseñando el batín (que este año era de rayas), que si en la silla, que si enseñando pierna con botas hasta el trasero, que si selfies desde fuera… © Getty Images / Cordon Press
Que si de espaldas enseñando el batín (que este año era de rayas), que si en la silla, que si enseñando pierna con botas hasta el trasero, que si selfies desde fuera… © Getty Images / Cordon Press

El nuevo ángel

Entonces, ¿hacia dónde se dirige la compañía? Si nos quedamos con un primer vistazo al desfile de ayer, a dar vueltas sobre sí misma como una peonza. Pero una mirada más pausada indica que algo sí ha cambiado desde que aparecieron las primeras alas (en el desfile de 1998, por cierto).

Del poco saludable “estoy así porque no como ni ingiero líquidos en las 12 horas previas al desfile”, los ángeles han pasado a un “estoy así de buenorra porque me hago 500 sentadillas antes de desayunar”. La preparación para subirse a la pasarela nada tiene que envidiar a un entrenamiento olímpico, fuera del alcance de cualquiera que piense que los ángeles son chicas blandengues. Esta resistencia se ha convertido en un nuevo valor para la compañía, que consigue así comenzar a cambiar la percepción.

Tímidos cambios (tan tímidos como las ‘estrías’ de Jasmine Tookes que, muy locos ellos, dejaron sin retocar) pero que anticipan hacia dónde irán los tiros en este olimpo. Ahora solo queda esperar a ver si el mercado seguirá su rumbo sin rebelarse.

¿Hacia dónde vuelan los ángeles? © Getty Images
¿Hacia dónde vuelan los ángeles? © Getty Images