La tarde de ayer domingo 6 de julio, en la histórica Rue Vivienne de París, Michael Rider presentó su primera colección como director creativo de Celine. Y no vino a borrar el pasado: llegó para honrarlo, matizarlo y vestirlo de modernidad. Así empieza una nueva era donde el lujo se reinventa con alma burguesa y actitud disruptiva.

Celine acaba de abrir una nueva era. Y su primer trazo ha sido elegante, afilado y extremadamente consciente de la herencia que pisa. Con su debut como director creativo de la maison francesa, Michael Rider no solo presentó una colección: puso sobre la pasarela un manifiesto estilístico que funde el clasicismo chic con la provocación del underground. Y todo con ese aplomo que solo tienen los que conocen el peso de la historia… pero no se asustan de escribir la siguiente página.

Un debut con mensaje

El desfile —presentado en un escenario íntimo, sobrio, casi cinematográfico— no buscaba el titular fácil. No hubo celebrity power ni sobreproducción escénica. Lo que hubo fue un ejercicio de estilo: sastrería impecable, códigos refinados y una narrativa que iba del día a la noche con silenciosa sofisticación.

Porque Rider no ha llegado a Celine para romperlo todo. Ha llegado para reescribir, desde dentro, con pluma fina y trazo firme.

Siluetas de poder, espíritu urbano

La colección Primavera 2026 mostró una silueta que recuerda al tailoring de los 70, pero pasado por el filtro de una juventud que mira a Berlín, Londres y París al mismo tiempo:

  • Blazers estructurados con hombros marcados
  • Abrigos largos con movimiento líquido
  • Camisas con lazada y vestidos que juegan con la asimetría
  • Pantalones de tiro alto y botas afiladas

El ADN de la maison —esa feminidad burguesa tan francesa— se vio atravesado por una energía más cruda, más cool, más contemporánea. Casi como si Jane Birkin se encontrara con Debbie Harry en un after party minimalista.

El nuevo lenguaje Celine

Si con Hedi Slimane la maison había abrazado el espíritu indie californiano, con Rider el péndulo vuelve a Europa. Pero no al París de postal: al de las librerías, los clubes privados, los artistas con vida secreta y las herederas con rebeldía soterrada.

“Quiero hablarle a una mujer culta, libre, que se viste para sí misma”, ha dicho Rider en backstage.

Y eso se nota: en la ausencia de logotipos, en los tejidos nobles, en el corte limpio de un vestido negro que no necesita más que actitud.

Rock elegante, feminidad sin disfraz

La música sigue estando presente —como latido interno— pero aquí no suena a festival: suena a vinilo. A garito de paredes rojas. A guitarra eléctrica en la penumbra. Es el rock como actitud, no como disfraz.

Y la feminidad, sin artificio: no se trata de enseñar, sino de sugerir. No de impactar, sino de quedarse.
Ese es el gran gesto de Rider: no gritar lo nuevo, sino dejar que resuene con clase.

“Me fascina cuando lo útil y lo real se funden con lo increíblemente atractivo. Eso es lo interesante de volver a Celine: replantear lo que representa la ‘maison’”, explicaba Rider con un tono pausado al finalizar el desfile.

Michael Rider ha firmado un debut preciso, refinado y personal, sin necesidad de espectáculo, ha dado un primer paso que respira coherencia y personalidad. Ha entendido que Celine no necesitaba ser demolida, sino afinada. Y ha ofrecido una nueva partitura que mezcla lo clásico con lo underground, lo estructurado con lo fluido, lo seguro con lo misterioso.

Una nueva Celine ha comenzado. Y lo ha hecho en voz baja… pero con eco.

*Imágenes: cortesía