Moda
Entre montañas desérticas, museos, gastronomía y cultura fronteriza, descubrí una ciudad que vive entre dos mundos —México y Estados Unidos— y que me sorprendió por todo lo que tiene para ofrecer más allá del shopping.

Viajar a El Paso, Texas, es cruzar una frontera física, pero también simbólica. Volé a Ciudad Juárez y, tras cruzar el puente fronterizo, en cuestión de minutos ya estaba del otro lado. Pero lo curioso es que no se siente como “otro lado”. En El Paso, los límites se difuminan. El inglés y el español se entrelazan como parte del mismo lenguaje; las costumbres, la comida y la gente habitan ambos territorios con una naturalidad que te hace olvidar que estás en una línea divisoria.
Mi primera parada fue Salt + Honey, un café luminoso y acogedor que parece diseñado para empezar bien el día. Ahí desayuné unos pancakes espectaculares y tomé un café delicioso mientras observaba ese vaivén de culturas. Es un espacio que refleja muy bien lo que es El Paso: creativo, cálido y con ese espíritu fronterizo que mezcla influencias mexicanas y estadounidenses con un encanto relajado.
Después, visité Rocketbuster Boots, uno de los lugares que más me impactó. Este taller-fábrica artesanal crea botas vaqueras a mano, personalizadas y llenas de color. Entre moldes, pieles y diferentes diseños, entendí por qué este lugar es tan especial: cada par de botas es como una obra de arte que combina tradición, identidad y orgullo local. No es casualidad que artistas nacionales e internacionales busquen aquí sus botas; hay algo profundamente auténtico en la forma en que trabajan.

La siguiente parada fue The Outlet Shoppes at El Paso, el paraíso para quienes aman las compras (y una gran sorpresa para quienes, como yo, no solemos hacerlo). Me encantó la cantidad de tiendas —Adidas, Nike, American Eagle, Aeropostale, Tommy Hilfiger— y, sobre todo, los precios. Encontré unos pants de Tommy Hilfiger que había buscado durante meses, rebajados de $150 a solo $20. Lo que más me impresionó fue la diferencia de precios con respecto a México y otras ciudades de Estados Unidos. En El Paso, comprar se siente como descubrir tesoros escondidos.

Después del shopping, llegó el momento de jugar. Fuimos a Topgolf, un simulador de golf moderno con música, comida y vistas espectaculares. Era la primera vez que jugaba y, entre risas, descubrí que no se me da nada mal. Más tarde, visitamos iFly, un simulador de paracaidismo que se convirtió en el favorito del grupo. Flotar en el aire fue tan divertido como liberador: una experiencia que te hace sentir que puedes con todo.


La cena de esa noche fue en Amar Restaurant, un espacio que combina la gastronomía peruana y mexicana de una forma deliciosa y sofisticada. Nos atendieron increíble —incluso la tía de la dueña salió a recomendarnos los platillos— y cada bocado fue un descubrimiento. Probamos elotes, pulpo, calamares y un ceviche peruano que fue mi favorito. También pedimos un sashimi de atún espectacular. Los platos son enormes, pensados para compartir, y la decoración del lugar combina lo mejor de ambas culturas. El postre, Avocado Dream, fue el cierre perfecto: helado de aguacate cubierto con chocolate oscuro, caramelo y un brownie de Nutella. Todo acompañado por unos drinks espectaculares. Yo me pedí el mezcal que tanto me gusta.

El segundo día comenzó con una de mis actividades favoritas: senderismo en las montañas Franklin. Nuestra guía, disfrazada por Halloween, nos llevó a explorar unas minas antiguas. Fue una experiencia mágica y desafiante: tuve que vencer mi claustrofobia para entrar, pero valió totalmente la pena. Dentro vimos cuarzos y el famoso “oro de los tontos”, ese mineral que brilla como oro pero no lo es. Lo más impresionante fue el silencio: esa mezcla de desierto, viento y luz que te envuelve y te conecta con la naturaleza.
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Más tarde visitamos Cielo Vista Mall, y aunque pensé que ya había tenido suficiente de compras, terminé encontrando una joya: en un rincón escondido de Macy’s, descubrí un vestido de $29 dólares perfecto para que mi mamá usara en boda de mi hermana. Sí, leyeron bien, un vestido para mamá de la novia divino, que con tantas rebajas me salió en ese precio. Un hallazgo que solo puede pasar en El Paso, donde las sorpresas aparecen en cada esquina.

Después fuimos a La Nube, uno de los lugares más fascinantes del viaje. Este museo fue creado gracias a la generosidad de Paul L. Foster y Alejandra de la Vega, una pareja que donó 10 millones de dólares a este proyecto para hacerlo realidad. Más allá de la cifra, lo que me conmovió fue descubrir cómo esta pareja ha transformado la ciudad con su compromiso social y su visión a largo plazo.
Sobre Paul Foster y Alejandra de la Vega
Paul L. Foster, empresario originario de Nuevo México, fundó Western Refining Inc. en El Paso y se ha convertido en uno de los principales filántropos de Texas. Su fundación ha apoyado causas educativas y comunitarias con más de 180 millones de dólares en donaciones. Fue quien impulsó la creación de la Paul L. Foster School of Medicine en la Texas Tech University Health Sciences Center El Paso, que ha cambiado la vida de miles de estudiantes en la región.
Alejandra de la Vega Foster, empresaria originaria de Ciudad Juárez, ha dedicado su carrera a fortalecer el desarrollo económico y cultural de la frontera. Fue Secretaria de Innovación y Desarrollo Económico del estado de Chihuahua y, junto con su esposo, lidera proyectos que promueven la educación, la salud, el deporte y la revitalización urbana de la región conocida como Borderplex.
Ambos rescataron y restauraron el histórico Plaza Hotel Pioneer Park, un ícono Art Deco de 1930 que volvió a brillar gracias a su visión. También apoyaron la renovación del Sun Bowl Stadium de la UTEP y múltiples proyectos comunitarios. Pero su legado más inspirador es cómo han logrado unir ambos lados de la frontera desde la acción: invirtiendo en conocimiento, cultura y bienestar.
Y esa filosofía se siente en La Nube, un centro inmersivo y educativo que, aunque está pensado para niños, encanta por igual a los adultos. Es completamente bilingüe y ofrece experiencias interactivas sobre ciencia, sonido, agua, sostenibilidad y conciencia ambiental. Mi parte favorita fueron las ondas de sonido: un espacio sensorial que te recuerda que la ciencia también puede ser arte. Salí fascinada, con la certeza de que lugares así pueden transformar una comunidad.
También visitamos el Museo de Arte y Cultura (MACC), que refleja la esencia bicultural de El Paso. Recorrimos exposiciones sobre la historia de la frontera, las tradiciones mexicanas y los orígenes de la ciudad. Coincidió con el Día de Muertos, así que el museo estaba lleno de ofrendas, colores y trajes típicos de Chihuahua. Fue un recordatorio hermoso de cómo el arte mantiene vivas las raíces y las historias que cruzan fronteras.

El viaje cerró con una cena en Texas Chop House, donde probé algunas de las mejores carnes que he comido: jugosas, perfectamente preparadas, acompañadas de tuétano y ese toque texano que redondea la experiencia. Fue la manera ideal de cerrar un viaje que, más allá de lo gastronómico o cultural, se sintió profundamente humano.
Porque El Paso no es solo una frontera. Es un punto de encuentro. Una ciudad donde las lenguas se mezclan sin esfuerzo y donde la hospitalidad es parte del ADN local. Volví con la certeza de que hay lugares que no te obligan a elegir entre dos mundos, porque su belleza está justamente en cómo los unen. Más allá de las compras, de la gastronomía y de las actividades que realicé, El Paso es, toda una experiencia.
