Un domingo por la mañana en París, en un escenario tan lleno de arte, visitantes y ecos de grandeza, ocurrió algo que hiela la curiosidad: ladrones invadieron el Louvre, entraron a la galería donde se exhiben joyas de la corona francesa, y se llevaron piezas que no solo brillaban por los diamantes, sino por lo que representaban. Historia, poder, cultura: todo desapareció en minutos.

El robo, que se perpetró el 19 de octubre de 2025 hacia las 9:30 h en la Galerie d’Apollon, se describe como una operación “ultra profesional” que tardó entre cuatro y siete minutos, con visitantes dentro del museo y el día ya arrancado.

Los hechos que parecen de película

Los ladrones, al menos cuatro según las autoridades, se disfrazaron de operarios equipados con chalecos reflectantes, utilizaron una canasta elevadora o “basket-lift” junto al ala del río Sena para acceder al edificio, rompieron una ventana con herramientas de corte y entraron directamente a la sala de joyería.

Una vez dentro, forzaron vitrinas en las que se exhibían piezas imperiales: tiaras, collares, pendientes que habían pertenecido a emperatrices, reinas del siglo XIX y miembros de las dinastías napoleónicas.

Se fueron sobre motos, aparentemente sin disparar o atentar físicamente contra nadie. No hubo heridos. La rapidez y precisión —sin violencia visible— generaron incredulidad. El museo se cerró ese día, se evacuó a los visitantes y empezó una investigación intensiva.

¿Qué se llevaron? El valor de lo invisible

Una de las piezas más comentadas fue la corona de la Emperatriz Eugenia —esposa de Napoleon III— que contenía aproximadamente 1.354 diamantes y 56 esmeraldas, y que fue abandonada rota en la fuga.

Broche de lazo de la emperatriz Eugenia: fabricado en 1855 por el joyero francés Alfred Bapst con diamantes de las Joyas de la Corona Francesa, que la emperatriz rediseñó para convertirlo en un adorno más grande, con borlas.

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Diadema de la emperatriz Eugenia: Ffabricada en 1853 por el joyero Alexandre-Gabriel Lemonnier como regalo de bodas, se compone de 212 perlas y 1.998 diamantes, unas joyas que provenían del Tesoro Público Francés.

El gran broche de lazo de la emperatriz Eugenia: Ffabricado en 1855 por el joyero François Kramer, esta pieza fue originalmente una hebilla en forma de lazo para un cinturón de diamantes, pero terminó siendo la joya que es.

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Una tiara, un collar y un pendiente del conjunto de zafiros que pertenecieron a la reina María Amelia y a la reina Hortensia, con arreglo de zafiros y diamantes de la reina María Amelia.

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Collar de esmeraldas del conjunto de Marie-Louise, obsequiado por Napoleón a María Luisa con motivo de su boda, entregado a finales de marzo de 1810. El conjunto original incluía una tiara, un collar, un par de pendientes y una peineta, y está compuesto por 32 esmeraldas, 10 de ellas en forma de pera, y 1.138 diamantes, 874 de talla brillante y 264 de talla rosa.

robo Louvre

Los expertos ya advierten que muchas de estas joyas podrían ser desmontadas, las gemas vendidas por separado o incluso fundidas, lo que haría su rastreo casi imposible.

¿Por qué importa (más allá del robo)?

  • Valor histórico y patrimonial: No se trata solo de joyas; son vestigios de una era, símbolos de poder y patrimonio cultural colectivo.
  • Seguridad y vulnerabilidad institucional: Este golpe expone debilidades reales en el museo más visitado del mundo —cerca de 9 millones de visitantes al año— en un ala donde se realizan obras de modernización desde hace años.
  • Narrativas del lujo y del crimen: Un robo en horario de apertura, sin barricadas visibles y con método casi industrial, nos recuerda que el lujo también es blanco fácil cuando la vigilancia falla.
  • Reflejo de un mundo que mezcla espectáculo y riesgo: Este hecho se siente como una escena cinematográfica, pero es real, y subraya que nuestra herencia cultural está tan en peligro como cualquier otro bien tangible.

El robo en el Louvre es más que un robo: es un sacudón simbólico. De esos que nos hacen ver lo que damos por seguro. Las joyas tienen un brillo que hipnotiza, un valor que seduce, pero detrás está la fragilidad de lo que creemos inexpugnable. Esta historia, tan lujosa como inquietante, nos recuerda que proteger la belleza también es un acto de responsabilidad. Y que, en el mundo del arte, cada espejo roto es parte del legado que debemos custodiar.

*Imágenes: Getty Images y Museo del Louvre