Moda
Una vez más Raf Simons y Pieter Mulier presentan un mundo utópico basado en el arte de los grandes creativos en Estados Unidos. Además la herencia cultural del país es regenerada y contrastada.
Raf Simons y Pieter Mulier son expertos en crear colecciones aterrizadas sobre una America singular y estética. Desde su debut, dos temporadas atrás, el imparable dúo ha hecho de las suyas. Y es que desde el estreno del documental Dior and I Raf dejó en claro que el arte es fuente fundamental para su proceso creativo.
La promesa cuando llegó a Calvin Klein era precisamente revivir la firma utilizando la herencia de la misma pero tratando de encajar lo que hace tan grande a Simons y Mulier. En este caso Andy Warhol, como uno de los grandes en la escena del arte en Estados Unidos, funge como fundamento en cada una de las entregas del par —la temporada pasada reimaginaron el aclamado proceso del artista para ser estampado en T-shirts y conjuntos en denim y esta vez en accesorios.
AW18 fue algo más utópico. La pasarela fue inundada por palomitas de maíz y la escenografía una old-barn creada por Sterling Ruby. Para aquellos fanáticos del arte seguramente comprenderán el punto de intersección entre las prendas y el maravilloso mundo que las rodeaba. Parkas con franjas antireflejantes, vestidos en cortes muy lineales al estilo del siglo IXX —como lo nota Nicole Phelps— y una que otra referencia caricaturesca en knit sweaters. Otras referencias incluyeron los juegos infantiles que definen la década de los sesenta, cascos metálicos al estilo DIY con vestidos y mantas en patchwork: “mamá, de grande quiero ser un astronauta”.
Esta colección solo demuestra que la pareja creativa está extasiada de su tiempo en Estados Unidos. Y con las campañas publicitarias que se han ganado el aplauso tanto de los profesionales en la industria de la moda como de los fanáticos, solo queda decir que Calvin Klein sigue boyante y fresco.
