Desde pequeña siempre he mirado a las parejas con cierta extrañeza. No sé por qué, pero algo dentro de mí me decía que eso no era para mí. No os miento. Ya en el colegio, cuando niñas y niños comienzan a decir que les gusta fulanita o menganito y juegan a imaginar que tienen novio/a, yo me sentía fuera de lugar. ¿Era aquello una señal de que la palabra ‘soltera’ se instalaría en mi futuro para no abandonarme por siempre jamás que dicen en los cuentos de hadas?

Soltera, que no sola. © Antonin Guidicci

Recuerdo comenzar el instituto, con 14 años, agobiarme muchísimo por no haber tenido aún ningún novio. Me gustaban los chicos, de eso no tenía la menor duda, pero observaba la manera en la que mis compañeras de pupitre se comportaban con ellos y no era para nada la forma en la que yo lo hacía. Cuando se me acercaba Juan, el que más tarde sería mi primer novio (y último), me faltaba salir corriendo. Se me aceleraba el pulso, me ponía roja, no era capaz de decir dos frases seguidas… «¿Es que no sabes cómo coquetear?», me decía mi mejor amiga.

Yo cada vez que me decían que venía Juan por el pasillo.

Y la respuesta era y es no, obviamente. El ritual del cortejo nunca ha sido mi fuerte. Y esta, amigas, es la primera razón por la que creo que seré soltera para siempre. No entiendo la fase previa a mantener una relación seria. Ese momento en el que tú sabes que le gustas, y viceversa, pero nadie mueve ficha. O sí. Yo. Y dejadme deciros que a los hombres eso no les gusta. Os dejo un minuto para que lo asimiléis.

A mis 33 años, me he dado cuenta de que uno de mis fallos (aunque yo prefiero llamarlo virtud) es que no espero a que un hombre me corteje a mí. Si me gusta se lo digo y a ver qué pasa. Desgraciadamente, siempre he recibido las mismas respuestas: «Madre mía, qué directa» o «estás un poco desesperada por encontrar un novio, ¿no?».

Y a mí en ese momento me estalla la cabeza, claro está.

«Es que les asustas un poco», me dicen muchas amigas y amigos cuando les cuento este tipo de situaciones. Y yo pregunto: «¿Debo entonces cruzarme de brazos esperando a que él mueva ficha, cómo, cuándo y dónde quiera?». «A ver, no es eso, pero…», me intentan explicar siempre. Bingo. Está claro que he dado en el clavo. Las películas, los libros, las convenciones sociales… ¡TODO! Todo está diseñado para que, en cuestiones románticas, ellos actúen y nosotras esperemos. Ellos son los sujetos activos y nosotras los objetos. Y claro, la paciencia no es una de mis virtudes, así que así me va.

Con todos mis respetos, no me da la gana.

El segundo factor por el que creo que terminaré mis días como soltera es porque no llevo bien perder. Sí, habéis leído bien. Una relación de pareja sana ojito con esto conlleva tener que llegar a acuerdos constantemente. Obvio, por otro lado. Desde elegir qué pan compraréis para cenar hasta dónde pasaréis las fiestas de Navidad, cualquier acto debe ser aprobado por las dos partes. Tiene sentido. Sin embargo, la mayoría de las relaciones que veo a mi alrededor no funcionan exactamente así. Soy consciente de que es imposible conseguir un equilibrio perfecto, pero tengo la sensación de que las mujeres siempre cedemos más.

Es una impresión, así que no puedo asegurarlo al 100 %.

Y lo peor es que cuando comparto esta percepción con mis amigas casadas o con pareja, ninguna me lo confirma, pero tampoco me lo desmiente. Me salen con el típico discurso cierto también por otro lado de que las relaciones son complicadas, que hay que trabajar mucho en ellas… ¿Les dirán lo mismo sus maridos o novios a sus amigos solteros? Lo dudo.

Muchos hombres (y mujeres) pensarán que mis palabras son fruto del resentimiento y de haberme convertido en una amargada por mi mala suerte en el amor. No les voy a quitar parte de razón. Mi perspectiva del enamoramiento es complicada, no lo negaré. Es difícil seguir creyendo en algo que nos prometieron fácil y encantador desde pequeños cuando se convierte en algo cargado de sufrimiento cuando alcanzamos la madurez.

Yo te maldigo, Disney.

Pero a estas dos cualidades por las que creo que no soy apta para el amor he de sumarle una más. A mi parecer, la más importante de todas: valoro muchísimo mi independencia. Y ahora me diréis que cuando estás en pareja sigues siendo independiente. Pues sí y no, queridos. Quiero seguir siendo dueña de mi economía, de mis domingos por la mañana, de mis vacaciones de verano, de mis ratos a solas… Quizá sea que para mí, el dejar de hacer cosas sola que me gustan, por hacer algo que no me gusta tanto pero en pareja, no me llena de la misma manera que a otras personas. Me encanta estar acompañada, pero también disfruto muchísimo de mi soledad y he aprendido a estar bien con ello.

«Carmen, no hay espacio de crecimiento personal más grande que el que te proporciona estar en pareja», me dice Cristina, mi psicóloga, cada vez que hablamos de este tema. Razón no le falta. Sin embargo, aquí llega el último crédito que me falta para sacarme la carrera del amor: me da un miedo infinito cambiar solo por intentar contentar a otra persona.

Quizá solo se trate de tener claro quién soy en realidad.

En serio. No se trata de que crea que soy la persona más excepcional del mundo. La cuestión es que no quiero convertirme en alguien que no soy solo por no quedarme sola. Simplemente por ser querida. ¿Me ha quedado muy dramático? Puede, pero que levante la mano quien no conozca más de un caso en el que una relación de pareja cambió a una persona. Exacto.

Y por todo esto os parecerá poco creo que mi destino es la soltería. Pero no como una especie de carga pesada y lúgubre, sino como una muestra de que si algún día la abandono será por alguien que realmente comprenda y comparta todos estos miedos y quiera superarlos cogidos de la mano. Y si no, pues todos tan frescos, porque no pasa absolutamente nada. ¿Tendré que aguantar las miradas condescendientes de la tía del pueblo? Probablemente; pero nada más. Porque una vez descubres que puedes ser perfectamente feliz sola, que no necesitas a nadie a tu lado (esa idea atroz de la media naranja) para estar completa, no hay quién te pare.

Así que reivindiquemos el placer de la soltería, una alternativa tan válida como cualquier otra.