Por alguna extraña razón, alguien decidió que el año tenía que empezar el uno de enero. ¡Meck! Error. Todo el mundo sabe, y por «todo el mundo» me refiero a TODO EL MUNDO, que el año comienza en septiembre. Es de cajón. Falta la fiesta, las campanadas, los confetis y estas cosas pero está lo más importante: las colecciones absurdas en el mercado ¿Cuando decide uno coleccionar cascos históricos o dedales en miniatura? El uno de enero ¡¡¡nooooo!!! ¡¡¡En septiembre!!! sean cuales sean las razones que les llevan a coleccionar algo tan estúpido.

¡Esta colección de trenes históricos sí que mola! ¡Lo va a petar en los kioscos!
¡Esta colección de trenes históricos sí que mola! ¡Lo va a petar en los kioscos!

Pero vayamos a lo serio del asunto, porque septiembre también es cuando decides apuntarte al gimnasio ilusa de ti, prometes no beber nunca más promesa que tardas un fin de semana en incumplir y no dormirte jamás para no llegar tarde al trabajo. Ah, y aprender idiomas. Has estado este verano en Ibiza y no entendías nada de lo que decían a tu alrededor, así que te propones dejar de tener nivel medio de inglés que, traducido, significa que tienes un nivel relaxing cup of whatever, más o menos. Primero te apuntas a la academia, después, en vista de que no vas, te pones películas en inglés (todos sabemos que la calidad actoral de Terminator gana mucho en versión original) y acabas por oír música prestando atención a lo que dicen.

Pasarte a la V.O para que luego la frase crucial la digan en español...
Pasarte a la V.O para que luego la frase crucial la digan en español…

Y es que, acabado el verano, todos lloran. Pero claro, qué podemos esperar cuando en el subconsciente popular todavía está El final del verano cantado por el Dúo Dinámico, y las lágrimas del final de Verano Azul. El final del verano, el final de una era (por cierto, que aunque no viene a cuento casi hiperventilé cuando leí que la idea inicial no era matar a Chanquete sino a Tito ¡¡¡A TITO!!! ¡¡¡Venga ya!!!).

Giros dramáticos que traumatizaron a una generación.
Giros dramáticos que traumatizaron a una generación.

¿Cabe, acaso, más dramatismo en septiembre? Uy, sí:

– Llora el niño cuando, después de estar asilvestrado dos meses y medio, descubre que tiene que volver a la guardería o al colegio. Él, definitivamente, prefería estar en la piscina, comiendo en el buffet del hotel o haciendo la conga en las fiestas del pueblo. ¡Qué dura es la vida de los pequeños!

¡¡¡Sacadme de aquí, malditos roedores!!! ¡¡¡Devolvedme a mis vacaciones eternas!!!
¡¡¡Sacadme de aquí, malditos roedores!!! ¡¡¡Devolvedme a mis vacaciones eternas!!!

– Llora también la adolescente que ha conocido al amor de su vida (aunque nunca, ni de lejos se acercará al Patrick Swayze que todas las de mi generación soñábamos encontrar en los Kellerman’s de la vida). Su Olaf, Alessandro, o Kurt (depende de la zona de la costa española donde pasara las vacaciones), ese que le hizo suspirar y puso su quinceañero mundo del revés, se vuelve a su lugar de origen y ella a su aburrida ciudad con el mismo ganado los mismos chicos de siempre a los que tiene más vistos que el tebeo. ¡Es todo tan súper injusto! Iba a tener hijos con él, a casarse, ser felices y comer perdices… ¡o, por lo menos, esa era la intención hasta que se cruzara el próximo en su vida!

¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!
¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!

– Llora todo aquel que tiene que volver a la oficina, dudando incluso del camino a seguir con el coche de tanto que ha reseteado. Tú vuelves relajada y feliz, y ya se encargan todos de estresarte en cinco minutos: el teléfono que suena, el jefe que te pilla por banda nada más poner el pie en la oficina, la mesa con las cosas pendientes haciendo montañita… y, por supuesto, ese café-barra-lavativa de la máquina que todavía te sabe peor si lo comparas con los cócteles que te has metido entre pecho y espalda tan solo unos días antes.

© Fotograma de 'El diablo viste de Prada'.
© Fotograma de ‘El diablo viste de Prada’.

Y no se te ocurra quejarte, porque entonces vendrán quince a decirte que «por lo menos» tienes trabajo haciéndote sentir culpable.

¡Yo no quería!
¡Yo no quería!

– Y algunas madres lloran. Las madres que tienen que volver a la oficina, lloran. Experimentan un poco de alivio al pensar que en nada los niños van a ir al cole y lo van a tener más fácil con la logística, porque todo esto está montado divinamente para poder conciliar (modo irónico: ON). Pero ve la casa que tiene, sepultada entre todos los mil y un trastos del verano que ella y su pareja van a tener que recoger … y se le abren las carnes. Así, en canal. Más o menos.

Mira, que si tal mejor me voy...
Mira, que si tal, mejor me voy…

Pero ¡ay! entonces llega el momento de la OPV, la Operación Vuelta al Cole, y tú te preguntas si los libros están hechos de oro después de pagarlos. De las clavadas que te han metido daría para hacerte la colección puñales de vuestra vida (ojito no la saquen un septiembre día de estos). Tanto, que estás por pedirle a tu empresa que entre los uniformes, los libros y el material escolar, te ingresen directamente tu sueldo en una gran superficie y así acabas antes.

A veces te sientes tan así...
A veces te sientes un poco así…

Total, que hace cuatro días que has vuelto de vacaciones, has llorado como si tu vida fuera un culebrón y, del relajo y la tranquilidad, de la paz y amor que trajiste, ya sólo queda la sombra. Menos mal que la Navidad llega en tres parpadeos… y el primero ya lo has dado poniendo un pie de vuelta en la oficina. ¡Ya queda menos!