Tengo treinta y tres años y es muy probable que, de los últimos tres, haya pasado más de la mitad en mi barato (aunque precioso) sofá. Y no es por vagancia, believe me. Es porque el sofá se ha convertido en la mesa camilla de los millennials.

De los millennials y de sus predecesores. Que esto en ‘Friends’ ya lo sabían.

Nos pasamos la adolescencia intentando remolonear en él, pero nuestros progenitores nos instan a mover el trasero y hacer algo con nuestras vidas. Quedar con los amigos, ir a la biblioteca, hacer la cama, ir a la compra o, mi opción preferida, «salir a la calle a que te de un poco el aire que llevas todo el día aquí empantanada viendo la televisión». Palabrita que esto me lo decía mi madre.

Yo me levantaba del sofá con un sufrimiento mayor del que me separo de la camilla de la depilación láser a día de hoy. ¿Por qué no querían que fuese feliz en ese, mi remanso de paz? Con mi amiga Arantxa al teléfono y una bolsa de palomitas, yo me encontraba más a gusto que Kim Kardashian haciéndose un selfie. Sin embargo, el tiempo pasó y yo dejé de tener 16 años. Cuando quise darme cuenta terminé la universidad, encontré mi primer trabajo y, como por arte de magia, un día estaba compartiendo piso con unos amigos. Tras un par de años, inauguraba mi primer piso de soltera soplando las velas de mi trigésimo cumpleaños. «Compra un buen sofá que es donde vas a hacer la vida», me decía mi madre.

¿En serio? ¿Ahora sí y antes no? Ains, qué paciencia…

Y qué razón tenía. Como siempre. Aunque no podía permitirme uno de esos sofás maravillosos en los que vivirías eternamente que nos muestran las revistas de decoración, mis ahorros y unos suecos muy majetes me permitieron hacerme con uno bastante aparente. Un par de almohadones para convertirlo en un espacio un pelín más acogedor y listo. Mi sofá y yo estábamos preparados para toda una vida de aventuras juntos.

  • El sofing, un movimiento cultural 

Puede que estéis pensando que soy una exagerada, pero cada vez que nos veo a mis amigos y a mí charlando animadamente en el sofá, caigo en la cuenta de que no estamos solo pasando el rato, estamos haciendo algo que se ha convertido en todo un símbolo de nuestra generación. Igual que nuestros abuelos se reunían en torno a la mesa camilla (dotada de un buen brasero en invierno) para jugar a las cartas, escuchar la radio o contarse sus andanzas, nosotros hemos llevado sus pasos hacia el salón y, en concreto, hacia el sofá.

¿Qué pasaría si le quitásemos todos sus sofás a ‘Friends’? Adiós serie.

«Sofá, peli y manta» es el leitmotiv treintañero que sustituye al «sexo, drogas y rock & roll» que ansiabas a los veinte. Aunque espero que drogas más bien pocas. Dar el salto a la treintena supone enfrentarse a nuevos retos de los que tomamos perspectiva desde el sofá. Nos planteamos la vida como nunca antes lo habíamos hecho; desde un sofá comprado con nuestro propio dinero. Si todo va como la sociedad nos ha prometido ejem, ejem, ponemos un pie en los treinta con una relación estable, un piso en propiedad y un trabajo fijo.

‘Seriously’ a medias, querida.

En mi caso, no hice pleno ni de lejos. Saltaba de un desamor a otro, de un alquiler a otro y de un trabajo a otro. Sin embargo, siempre encontré consuelo en mi sofá. Cuando llegaba a casa tras una cita desastrosa, ahí estaba él. ¿Tras un día infinito de trabajo? De nuevo, él.  Y lo mejor es que no me esperaba solo.

Siempre estaba (y está) repleto de amigos. © Fox.

¿Dónde resuelve Jessica, la protagonista de New Girl, todos sus problemas? ¿Dónde traman sus aventuras Joey, Ross, Chaedler, Monica, Rachel y Phoebe? ¿Cuál es el punto de encuentro de los miembros de las familias Simpson y Griffin (de Padre de Familia). Vale, estos últimos son dibujos animados, pero respaldan mi teoría igualmente.

No nos engañemos. A los treinta, tu vida emocional gira en torno al sofá. ¿Un buen día? Sesión doble de Cómo conocí a vuestra madre. ¿Uno malo? Sesión triple de muertes y traiciones con Juego de Tronos.  Es nuestro diván particular, pero sin psicoterapeutas titulados alrededor. Y digo lo de titulados porque tus amigos ejercen de psicólogos en todos los aspectos de tu vida. Es sentarnos en el sofá y convertirnos en filósofos que creen haber encontrado la respuesta a la cuestión más complicada a la que se enfrenta cualquier treintañero: «¿Qué hago con mi vida?».

Cómo si la respuesta estuviese debajo de los cojines…

No cambiaría todas las horas, minutos y segundos que he pasado en mi sofá por nada del mundo. Es mi actual refugio personal, como en mi adolescencia lo fue mi habitación. El único sitio en el que podía encontrar algo de privacidad mientras vivía con mis padres.

Así pues, queridos amigos, os animo a que miméis a vuestro sofá. No en plan que lo acariciéis cual gato que sería muy raro, sino que aprovechéis los momentos que pasáis en y con él. Ya sea llorando, riendo, pensando, durmiendo, comiendo cuidado con las manchas, viendo series o jugando a la consola, sabes que siempre estará ahí. Y si no es que te han entrado a robar en casa.