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En Sumba, el tiempo no se mide en relojes, sino en atardeceres. Esta isla remota, en el extremo suroeste de Indonesia, es uno de esos lugares que todavía parecen un secreto. Muchos dicen que será “la próxima Bali”, pero quienes la conocen saben que su magia radica en no serlo. Aquí, el lujo no está en lo que se construye, sino en lo que se conserva intacto: playas desiertas, aldeas ancladas en la tradición y una energía difícil de explicar, pero fácil de sentir. En medio de este escenario salvaje se alza Cap Karoso, un hotel que entiende que proteger el alma de un lugar es la forma más alta de hospitalidad.
La llegada
Nos recogen en el aeropuerto y, en cuanto el coche toma la carretera, el cuerpo baja una marcha. Hay alrededor de una hora de trayecto y todo es naturaleza: kilómetros de campo abierto, una línea de asfalto casi vacía y pueblos que aparecen de repente como si el tiempo aquí llevara otro ritmo. En el camino nos cruzamos con niños jugando, alguna moto antigua que pasa despacio y ese silencio que no se compra. Piensas: esto no es Bali. No hay tráfico, no hay prisa, no hay show off. Solo espacio, cielo y esa sensación de estar entrando en un lugar que aún se mantiene intacto.
Dormir con el océano de frente
En Cap Karoso, cada espacio está pensado para sumergirte en la esencia de Sumba sin renunciar al confort más contemporáneo. El hotel cuenta con 44 habitaciones y 20 villas distribuidas a lo largo de la playa de Karoso, todas diseñadas para que el océano sea el gran protagonista. Desde los estudios con balcón hasta las suites frente al mar o las villas con piscina privada, cada categoría combina la estética artesanal de la isla con acabados elegantes y una luminosidad que amplifica el paisaje.
Me alojo en un estudio con acceso directo a la arena, donde basta abrir la puerta para que el mar se convierta en parte de la habitación. El interior combina líneas limpias y materiales naturales (madera, fibras, tejidos suaves) con detalles artesanales que recuerdan a las aldeas cercanas. Todo respira armonía: tonos tierra, luz que entra a raudales y muebles que parecen hechos para dejarte caer y no mirar el reloj.
El baño, amplio y luminoso, es casi un espacio de contemplación, con una ducha italiana y acabados que prolongan esa sensación de frescura que viene del exterior. Frente a mí, el azul del océano marca el ritmo de cada día; no hay prisa, solo el vaivén constante de las olas. Aquí, el lujo no está en acumular, sino en quitar: ruido, prisa y cualquier distracción que no sea el presente.
De la granja a la mesa (y de Francia a Sumba)
El ‘todo incluido’ redefinido
En Cap Karoso, la gastronomía no es un complemento, es parte esencial de la experiencia. El hotel funciona con un régimen que incluye todas las comidas, con una carta que cambia y se adapta según la disponibilidad de ingredientes frescos, muchos de ellos procedentes de su propia granja orgánica situada a pocos metros de la cocina. En una isla tan remota como Sumba, esto significa que cada plato se siente vivo, dictado por la estación y el día, con sabores que van desde lo mediterráneo hasta lo indonesio.
El Beach Club
El Beach Club, junto a la arena, es el corazón del hotel: abierto todo el día para desayunos, almuerzos y cenas, combina el refinamiento de la técnica francesa con la honestidad de los productos locales. Pescados que llegan de las costas cercanas, verduras que saben a huerto y hierbas recién cortadas elevan platos que son, uno a uno, pequeñas delicatessen. Incluso sorprende encontrar aquí un enorme horno de leña, de donde salen pizzas finas y aromáticas, perfectas para una comida más informal sin perder el nivel.
Experiencias gastronómicas
En lo alto, Apicine ofrece un ambiente más distendido, con tapas y cócteles frente a la piscina, mientras que Julang es el gran secreto gastronómico: un espacio íntimo de apenas 20 plazas que recibe chefs invitados de Francia y otros países para estancias cortas. Cada uno crea un menú degustación único a partir de ingredientes locales, convirtiendo la cena en un momento irrepetible. Reservar aquí con antelación es asegurarse una noche especial.
Yo ceno en el restaurante principal y cada plato me sorprende por su frescor: pescados que saben a mar de verdad, verduras cocinadas con un respeto casi ceremonial y postres que cierran el día con un toque dulce sin artificios. Y si hay un momento que se convierte en ritual, es el desayuno: pausado, abundante, y servido con esa atención al detalle que te recuerda que aquí cada instante importa.
Malala Spa: curar como acto sagrado
En Sumba, sanar es un acto de conexión con la tierra y con quienes la habitan, y Malala Spa lo entiende así. Su nombre significa “armonía” en sumbanés, y todo aquí está pensado para honrar esa palabra. Los tratamientos siguen una filosofía farm-to-spa: cada ingrediente, desde la moringa hasta el vetiver o el candlenut, se cultiva en la granja orgánica del hotel o se obtiene de forma ética en aldeas cercanas. No hay químicos ocultos, solo plantas frescas transformadas en aceites, polvos o infusiones minutos antes de empezar cada ritual.
Las terapias nacen de la colaboración entre sanadores locales, el conocimiento ancestral de los Rato (guardianes espirituales de Sumba) y la investigación de expertos en botánica medicinal. El resultado son experiencias que parecen más ceremonias que tratamientos: compresas calientes de hojas de guanábana para abrir el cuerpo, aceites de raíces fermentadas según recetas centenarias, envolturas de cúrcuma y coco que iluminan la piel, o baños de hierbas que calman hasta el pensamiento más inquieto.
Aquí, recibir un masaje no es solo relajarse: es entrar en un espacio donde el tiempo se diluye, donde el cuerpo se alinea con el ritmo lento de la isla y donde cada aroma cuenta una historia. Es salir no solo más ligero, sino más presente, con la sensación de haber tocado algo esencial.
Sumba, un viaje interior
Más allá de las playas vírgenes y las aldeas tradicionales, Sumba guarda un mundo espiritual que rara vez se muestra al visitante casual. La directora de Cap Karoso ha empezado a crear experiencias y retiros que invitan a explorar esta dimensión más profunda de la isla: un viaje que no se mide en kilómetros, sino en encuentros.
Parte de este recorrido incluye visitar a un sanador local, heredero de la tradición Marapu y de un conocimiento transmitido durante generaciones. No es un espectáculo para turistas, sino un intercambio íntimo en el que la sabiduría ancestral se comparte con respeto. Estas sesiones pueden incluir rituales de armonización, prácticas de conexión con la naturaleza o relatos que explican cómo los habitantes de Sumba entienden la salud, el equilibrio y el vínculo con sus ancestros.
Combinado con las experiencias del Malala Spa y con la inmersión en la vida local, este tipo de retiro convierte la estancia en Cap Karoso en algo más que unas vacaciones: se transforma en una oportunidad para detenerse, escuchar y dejar que la isla hable en su propio lenguaje.
Explorar para entender
Sumba no se visita solo desde una hamaca: se vive saliendo a conocer sus aldeas, sus playas salvajes y sus aguas turquesa. Cap Karoso funciona como un punto de partida privilegiado para adentrarse en la parte más auténtica de la isla, especialmente en la región de Kodi, donde la cultura Marapu sigue intacta.
Entre las experiencias imprescindibles está la visita a un pueblo tradicional, guiada por expertos locales que explican la arquitectura de las casas de techos altísimos y el significado espiritual que marca la vida diaria. También se puede asistir al proceso de teñido y tejido del ikat, un textil ceremonial que cuenta historias a través de sus dibujos y que requiere semanas de trabajo artesanal.
La naturaleza aquí es tan protagonista como la cultura: el lago Weekuri, de aguas turquesa protegidas por una barrera de roca, invita a nadar con calma, mientras que playas como Mandorak o Mbawana muestran el lado más salvaje del Índico. Los más activos pueden practicar surf en el propio Karoso, snorkel en arrecifes vírgenes o incluso nadar junto a los caballos de arena locales, en una experiencia tan emocionante como simbólica.
El lujo que no se repite
En un mundo donde cada destino parece correr hacia la misma idea de “desarrollo”, Sumba avanza en dirección contraria. Aquí no hay grandes resorts en cadena, ni playas llenas de tumbonas, ni carreteras diseñadas para ir deprisa. Lo que sí hay es espacio para respirar, tiempo para mirar y una sensación de autenticidad que en otros lugares ya es solo un recuerdo.
Cap Karoso no intenta cambiar la isla: la celebra, la respeta y la comparte con quien llega dispuesto a entenderla. Desde su cocina conectada a la granja hasta las experiencias que acercan a los huéspedes a la cultura Marapu, todo está pensado para que el impacto sea positivo, tanto para el viajero como para la comunidad local.
Cuando llega el momento de irse, uno se da cuenta de que no se lleva solo fotos o recuerdos. Se lleva la certeza de que todavía existen lugares donde el lujo no se mide en estrellas, sino en lo que queda intacto. Y eso, en Sumba, vale más que cualquier otro tipo de riqueza.