Poco a poco se nos está olvidando que Andrew Garfield (Los Ángeles, 1983) alguna vez fue el Hombre Araña. Y eso que su interpretación de Spiderman aún despierta variopintas pasiones y de todo nivel… Pero con Una razón para vivir (estreno el 17 de noviembre), Garfield demuestra una vez más que no necesita un traje de cómic ni poderes arácnidos para destacar entre los mejores actores de su generación.

© Festival de Zúrich

Bajo la dirección de Andy Serkis (el Gollum de la saga de El Señor de los anillos), Andrew encarna a Robin Cavendish, un hombre bastante activo y aventurero que a los 28 años contrae la polio, causándole parálisis total. “Eran los años 50 y Cavendish tomó la decisión de seguir viviendo”, relataba Garfield durante el pasado Festival de Zúrich, donde se presentó la cinta.

Para Andrew el desafío en este filme llegó por partida doble: porque se trataba de una historia real y porque debía actuar (en el 90% de la película) solo con su rostro. Garfield relata que más bien debido a esa inmovilidad, su trabajo fue muy físico, y tuvo que inyectarle vida a cada uno de sus gestos y movimientos. “En especial la expresividad de los ojos, donde estaba concentrada toda la alegría de vida de Robin”, detallaba, “pero por otra parte este rol fue muy liberador, porque él era una persona que apreciaba todo a su alrededor y cada momento de su vida, a pesar de tener a la muerte pisándole los talones”.

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Cuenta Garfield que para la ardua preparación de este personaje, contó con la ayuda de su hermano Ben, que “es médico neumólogo [en el Royal Brompton Hospital] en Londres, y me permitió conversar con algunos de sus pacientes”. Esta “historia fascinante”, tal como la describe el actor, también se centra en la fuerza del amor entre Robin y su mujer Diana, interpretada por Claire Foy (por supuesto la Reina Isabel en The Crown).

Cuando le preguntan a Andrew si cree en ese tipo de amor a prueba de balas y adversidades, se toma unos segundos para responder y esboza una sonrisa. “¿Por qué no? Suena bonito”, tantea en sendero espinoso, “Robin y Diana son una prueba, como también otras parejas que conozco dan fe de ello, lo cual me da esperanzas”.

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A pesar de que Una razón para vivir dividió a la crítica, Andrew salió con sobresaliente, y no se puede obviar que, por lo general, este tipo de roles tiene una muy buena acogida en las quinielas de los premios cinematográficos de mayor envergadura. Sin embargo, para Andrew Garfield no es tiempo de hablar del Oscar (tras Hasta el último hombre, sería la segunda nominación consecutiva), ni de los Globos de Oro (con esta sumaría tres, la primera nominación la obtuvo por La Red Social y la segunda también por Hasta el Último Hombre), ni de los BAFTA (que ha ganado una vez, en 2007 con Boy A).

Y es que ahora se encuentra en otro plano. Aunque hay quienes afirman que siempre ha estado allí, y dan por muy válido que haya querido ampliar sus horizontes incursionando en otros géneros cinematográficos, cierto es que roles tan íntimos y personales como este tal vez no le aporten los millones de dólares de un Blockbuster, pero sí le proporcionan, además de satisfacción, algunas valiosas enseñanzas.

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“Aprendí que hay que vivir con alegría, con optimismo y con esperanza, y a apreciar la conexión con otras personas”, confiesa, haciendo balance de las lecciones asimiladas durante el proceso de Una razón para vivir. “También me enseñó a enfrentarme a la pérdida, tanto de seres queridos, como a la del amor, de la fe, de la juventud, de la amistad; y aprendí cómo una pérdida representa, sobre todo, una valiosa y bonita experiencia de vida”. Y aquí esperamos muy fuerte que no hable de haber asimilado la pérdida de su amor con Emma Stone, porque nosotras todavía NO lo hemos superado.

Andrew siente que ese proceso de aprendizaje aún no ha concluido, y puede que nunca suceda. Se confiesa todavía en conmoción, tocado, pero contento. “No es normal que nos pase eso a los actores”, se autoanaliza, “de modo que este caso es una excepción”.