En el corazón de la Rive Gauche, entre librerías antiguas, cafés legendarios y tiendas de autor, hay un lugar que parece haberse detenido en el tiempo. El Mandarin Oriental Lutetia Paris no es solo el único Palace de este lado del Sena: es también un emblema silencioso de la vida cultural parisina. Y para quien ha vivido parte de su historia personal en este barrio, volver al Lutetia no es solo una visita: es una emoción contenida. Este artículo recoge esa dualidad, entre lo objetivo y lo íntimo, para retratar uno de los hoteles más singulares del mundo.

El único Palace de la Rive Gauche

Un icono de la Rive Gauche

Hay hoteles que se cruzan mil veces antes de que te decidas a entrar. El Lutetia es uno de ellos. En plena adolescencia, paso a menudo frente a esa fachada ondulante, mezcla de Art Nouveau y Art Déco, que flota entre las calles elegantes de Saint-Germain-des-Prés, justo frente al jardín de Sèvres Babylone y Le Bon Marché. Siempre está ahí: discreto y majestuoso a la vez. Sé que es un lugar especial, no solo porque es el único Palace de este lado del Sena, sino porque, incluso dentro de la propia cultura parisina, el Lutetia tiene algo de mítico. Es allí donde escritores, artistas y editores van a desayunar, a escribir o simplemente a mirar pasar el tiempo. No es un lugar turístico. Es un lugar con alma.

Un sueño hecho realidad

Dormir allí, por fin, es como cruzar un umbral que lleva años esperándome. No es solo pasar unas noches en un hotel: es habitar un edificio construido en 1910, con 184 habitaciones (entre ellas, suites y apartamentos que parecen pequeñas galerías de arte) y una historia que se respira en cada rincón. A diferencia de otros hoteles ‘Palace’ más ostentosos, aquí todo conserva esa huella parisina, un cierto aire de intelectualidad bohemia que no se ha diluido con el tiempo.

Cuando me entero de que el grupo Mandarin Oriental adquiere el hotel en 2024, lo vivo con ilusión. Es una marca que adoro, y sé que sabrán preservar la historia del lugar sin borrar su esencia.

Un viaje en el tiempo: historia viva del Lutetia

De los escritores de la Rive Gauche a los deportados de la guerra

Hay hoteles que coleccionan huéspedes célebres. Y luego está el Lutetia, que colecciona historia. Abre sus puertas en 1910 como símbolo del París moderno, y muy pronto se convierte en lugar de paso y de estancia para escritores, artistas y pensadores que dan forma al alma de la Rive Gauche. Saint-Exupéry, André Gide, Juliette Gréco, Sartre, Beckett o Josephine Baker no solo duermen aquí: este es su punto de encuentro. También lo fue para los De Gaulle, que pasan aquí su noche de bodas, y para una generación entera de creadores, políticos y bohemios que dan cita al mundo en estos pasillos.

Pero hay un capítulo más profundo en la historia del Lutetia. Durante la ocupación nazi, el hotel es requisado por la contrainteligencia alemana. Y cuando París se libera, el Lutetia cambia de rol: se convierte en lugar de acogida para los deportados que regresan de los campos de concentración. Aquí, en este edificio de mármol y silencio, se reencuentran familias que no saben si el otro sigue con vida. Hoy, una placa en la fachada recuerda esa función crucial. Es imposible no estremecerse al pensar que tras esas mismas paredes donde ahora se sirve champagne, un día hubo lágrimas, abrazos, nombres gritados en los pasillos.

Puede que no me detenga en cada escultura ni me fije en todas las placas, pero hay algo en el ambiente del Lutetia que lo cuenta todo sin palabras. Basta sentarse un momento en el Saint-Germain, entre estanterías de libros, bajo la cúpula de cristal pintada, para sentir esa mezcla de belleza y memoria que define al hotel. Aunque sea un Palace, el Lutetia nunca pierde ese ritmo parisino más libre y menos reglado: gente que entra, pide un café, hojea un libro. Gente que pertenece. Ese equilibrio entre la alta hotelería y la vida real es parte de su magia.

No sorprende que el Lutetia haya inspirado incluso novelas, como la obra homónima de Pierre Assouline. Porque este no es un hotel donde uno simplemente se aloja. Es un lugar donde se escribe, se recuerda y, a veces, se repara.

Un puente entre el Art Nouveau y el Art Déco

Diseño, luz y herencia en cada rincón

El Lutetia no solo cuenta una historia: la encarna en cada rincón. Su arquitectura, nacida en 1910, se sitúa justo en ese momento en el que el Art Nouveau empieza a ceder terreno al Art Déco. La fachada ondulante, que recuerda las olas de un mar contenido, anuncia ya esa fusión de estilos. Y dentro, esa mezcla entre lo antiguo y lo moderno se mantiene viva, cuidada hasta el último detalle.

Mi habitación

El edificio entero transmite esa tensión perfecta entre memoria e innovación. El mármol blanco de los suelos y baños convive con paneles de madera clara, luminosa, que evoca la atmósfera de los grandes transatlánticos del siglo XX. Es más que una inspiración estética: en las habitaciones, como la Deluxe Room with Balcony donde me alojo, los tonos azul marino y greige remiten directamente al universo náutico, sin perder un ápice de calidez. La mía, con su balcón en esquina y vistas al jardín frente al Bon Marché, es como una pequeña cápsula parisina suspendida en el tiempo.

El baño, bañado de luz natural, está recubierto de mármol Statuario. En un lateral, una bañera maciza, tallada en un único bloque, que invita a parar. Y paro. Reservo unas horas una tarde solo para eso: sumergirme en el silencio, en el agua, en la historia. En el espejo, un televisor incrustado desaparece y aparece como un guiño contemporáneo. Todo en el Lutetia busca ese equilibrio: entre lujo y sencillez, entre herencia y presente.

La restauración del hotel, dirigida por el arquitecto Jean-Michel Wilmotte, respeta la esencia del edificio sin congelarla. Se restauran vitrales, frescos y molduras; se introducen muebles diseñados a medida por Poltrona Frau; se instalan apliques de cristal de Murano y esculturas que rinden homenaje a los grandes artistas que pasaron por aquí. En el hall, por ejemplo, una escultura de César parece custodiar la entrada, como recordando que aquí el arte nunca es decorativo: es parte del alma del lugar.

Un refugio contemporáneo con alma artística

No todas las habitaciones de un hotel tienen alma. Las del Lutetia, sí. Desde los pasillos silenciosos, envueltos en una penumbra suave que invita al recogimiento, hasta las obras de arte que asoman discretas en rincones inesperados, todo parece diseñado para recordar al huésped que está entrando en un mundo paralelo, casi privado. Hay algo en el ambiente que remite a los apartamentos parisinos de puertas altas y luz contenida. Un lujo sereno, que no necesita alardes.

Suites con historia y habitaciones que cuentan algo más

Las suites del Lutetia no se limitan a ser bellas: cuentan historias. La Suite Joséphine Baker rinde homenaje a una de sus más ilustres residentes, mientras que la Suite Isabelle Huppert, inspirada en el universo de la actriz, mezcla alta costura, recuerdos personales y sensibilidad escénica. La Saint-Germain, por su parte, lleva el sello del cineasta Francis Ford Coppola, con obras seleccionadas de su colección privada. Y el Grand Appartement Rive Gauche, concebido como un auténtico museo íntimo, reúne piezas únicas y antigüedades elegidas con la ayuda de galerías de la zona.

Aunque no me alojo en una de estas suites, es evidente que el arte aquí no está puesto para decorar: está ahí para dialogar. Desde esculturas originales de artistas como Arman o Takis hasta cojines de Hermès cuyas tramas se inspiran en el empedrado parisino, todo en el Lutetia parece pensado para que la experiencia no se limite a una estancia, sino que se convierta en un paseo sensorial por el arte, la ciudad y su historia.

Brasserie, jazz y vanguardia

Hay hoteles donde los espacios comunes son lugares de paso. En el Lutetia, son destinos en sí mismos. Desde la primera noche, ceno en la Brasserie Lutetia, un icono del barrio desde 1910, y entiendo por qué sigue siendo punto de encuentro de quienes viven aquí. A mi lado, una pareja de señores mayores parisinos de toda la vida, llega con un único propósito: compartir una copa de frutos rojos con nata montada casera. Yo hago lo mismo, después de una sole meunière perfecta. La sala respira ese equilibrio entre clasicismo y modernidad que solo los grandes saben mantener. El servicio es impecable. Mención especial para Azzedine, uno de esos camareros que elevan cualquier experiencia con solo una sonrisa y una atención medida, elegante, humana.

Donde comer, beber y escuchar música es parte del viaje

Al día siguiente, el desayuno me sorprende incluso más. No es el clásico desayuno a la carta de los Palaces, ni el buffet convencional de los grandes hoteles asiáticos: es una combinación de ambos, ejecutada con un nivel de producto extraordinario. En el centro del buffet, el chef corta fruta fresca y prepara crêpes, mientras al fondo, la cocina abierta, la misma que abastece la Brasserie, deja entrever el ballet silencioso del equipo. En la carta: tortilla soufflée de claras con espinacas, viennoiseries francesas delicadas, mermeladas caseras, gofres, crêpes, panes del mejor obrador del país. Todo está pensado para saborearse sin prisa.

El Bar Joséphine, en cambio, vibra con otro ritmo. De día, el ambiente es eléctrico: reuniones, cafés, copas improvisadas, gente local que entra y sale con naturalidad. De noche, la luz se atenúa, la música se desliza hacia el jazz, y los cócteles toman protagonismo. Es uno de esos bares donde puedes llegar sola, sentarte, y sentir que eres parte de algo. Un homenaje contemporáneo al espíritu bohemio de Saint-Germain-des-Prés, con conciertos en directo y una carta de cócteles que rinde tributo al mundo del cómic.

Y justo al lado, el Saint-Germain se despliega bajo una espectacular cúpula de cristal pintada por Fabrice Hyber. Rodeado de esculturas y estanterías llenas de libros, es un espacio que invita a la conversación lenta, al afternoon tea, al arte de estar. Allí, como en el resto del hotel, se respira esa mezcla casi perfecta entre lo local y lo internacional: el Lutetia no pretende ser un refugio exclusivo, sino un lugar que late con la ciudad.

Un spa que respira luz y silencio

Incluso sin cruzar la puerta del spa, se percibe su presencia: un silencio envolvente, casi líquido, que se extiende desde las escaleras hasta el fondo del hotel. El Akasha Spa, con sus 700 metros cuadrados bañados en luz natural, no es solo un espacio wellness: es un refugio, un paréntesis. Inspirado en los cuatro elementos,tierra, agua, aire y fuego, propone un viaje sensorial a través de tratamientos personalizados, instalaciones de última generación y una atmósfera profundamente calmante.

Bienestar absoluto bajo la superficie de París

La piscina, de 17 metros, se ilumina suavemente con el paso del día. El mármol blanco, el bronce y la madera clara envuelven el espacio en una estética elegante y serena. Sauna, hammam, jacuzzi y gimnasio equipado con todo lo necesario para entrenamientos personalizados completan el recorrido.

Además de sus masajes y faciales, Akasha colabora con marcas de alta cosmética como U Beauty y dispositivos innovadores como Therabody, y ofrece también servicios de peluquería con Christophe Nicolas Biot. No es casualidad que haya sido nombrado “Mejor Spa de Hotel en Francia 2023” en los World Spa Awards. Porque aquí el bienestar no es solo un servicio: es una extensión natural del lujo tranquilo que define al Lutetia.

Donde el lujo es memoria

El Mandarin Oriental Lutetia Paris no se limita a ser un hotel icónico: sigue construyendo su historia. Desde experiencias exclusivas como una escapada en coche clásico por la arquitectura modernista de las afueras de París, hasta un homenaje a su pasado con Maison Taittinger, antigua propietaria del hotel, a través de una inmersión en la región de Champagne, cada propuesta está pensada para prolongar la esencia del Lutetia más allá de sus muros.

Pero quizá la verdadera experiencia esté en quedarse quieta. En ver llegar a los habituales del barrio, en escuchar jazz bajo la luz tenue del Bar Joséphine, en sumergirse en una bañera de mármol mientras la ciudad late al otro lado del ventanal. El Lutetia es un lugar que se recuerda no por su exceso, sino por su alma. Y eso, en una ciudad como París, es lo más parecido al verdadero lujo.