Me río yo de los amores del verano. El verdadero amor no es tan solo el primero Amaia Montero Oreja de Van Gogh, no. El amor verdadero es el que surge y se disfruta en Navidad. Porque, si las relaciones de pareja no se disfrutan, no merecen la pena nunca y menos ahora que hay que ir a buscarlas en trineo, contra viento y marea.

© Love Actually
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El amor en Navidad es amor real, no superficial. No es lo mismo cruzarte con una sirena de melena rubia con sus senos turgentes cubiertos por una pareja de estrellas de mar, o un chulazo bronceado frente al océano mientras suena el último hit calentorro del verano compuesto por Kiko Rivera o alguna petarda internacional que vive su horas más bajas enajenados por el calor y el dulzor de una docena de cócteles caribeños construidos con marcas blancas en un chiringuito, que conocerse peleando por el último perfume que le gusta a tu madre en unos grandes almacenes. O pequeños, eso da igual.

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No es lo mismo.

Ambos amantes son blancos, como los de Teruel (porque en Teruel hace mucho frío y no te puedes poner en bañador), escondidos bajo un gorro rojiblanco de lana en homenaje a Papá Noel que no al Atlético y una bufanda vieja con pelotillas rescatada del desván de sabe-Dios-quién después de haberse apretado un cocido en Casa Paco a “9,99€ el menú del día” en la comida de empresa y haber renunciado al digestivo alegando que no tomas alcohol.

Lo tomas, claro que lo tomas, lo sabes tú y lo sé yo y algún día contaré con quién acabaste La conga de Jalisco el año pasado; pero los ágapes de empresa son harina de otro costal que tienen que ver más con el ridículo y el sexo etílico que con el amor. Y hoy, como Kate y Leo, George Clooney y Amal, como Daenerys y sus dragones (¡incluso!), hemos venido aquí a hablar de paz y A.M.O.R. Así, en mayúsculas y con luces de neón.

© The Holiday
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Porque hay que estar ciego de amor para, tras mirarse a los ojos, no percatarse de que tu madre, entrenada en los mejores campos de concentración las rebajas, se ha hecho con ese último frasco de su perfume, y meterse en un probador con una señora que sabes que no va perfectamente depilada, porque es invierno y en esta época se relajan las costumbres estéticas, o con un caballero que desde julio no pisa el gimnasio porque ya retomará la costumbre en enero cuando esa barriga no tome forma abdominal ni con radial.

Eso, señoras y señores, eso no es sexo, eso es algo de verdad, porque hay que estar hecho de un 60% agua y un 40% de la hormona del amor de la que hablan Infantas y folclóricas para chingar en ese ridículo espacio, con el abrigo puesto, sonando El tamborilero de Raphael o el All I want for Christmas is you. Nada que ver con echar una cana al aire en una playa desierta, bajo la luz de la luna y envueltos en una brisa marina bucólica de la que ya nos han hablado poetas como Lorca o Sonia y Selena.

Nada que ver. Aquello es sexo del sucio, y no lo digo sólo por la arenilla que se esconde en los lugares más recónditos de tu anatomía. No. Lo digo porque no es lo mismo practicar sexo salvaje con la esperanza de que te prometan amor eterno el 31 de diciembre con la boca llena de uvas con pipos y sin pelar, y sidra El gaitero en La Puerta del Sol, que esperar a que lo hagan mediante una avioneta que surca la Costa Brava con un mensaje del tipo “Marta, te quiero. Este verano ha sido mágico, prometo no olvidarte cuando vuelva a Ciudad Real. Tu Javi”. Bueno, o algo más breve, porque para este mensaje lo mismo el tal Javi necesita alquilar un avión (que menos mal que en Ciudad Real sí tienen aeropuerto).

© Love Actually
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El amor en Navidad es más romántico y más barato, al menos hasta este momento que relato porque, como te toque ir de cotillón, estarás pagando la entrada hasta el veroño del año que viene. Y añado más, decidme si es igual de bonito el adobarte a casa de tus recién estrenados suegros el día 1 de enero (porque cuando has pasado la tarjeta en la churrería se ha autodestruido por falta de fondos), que aparecer el 15 de agosto –fiesta de todos los pueblos, aldeas y concejos de España- porque fuiste a reencontrarte con tu amor de la noche anterior en la verbena, te liaste con las dianas y has empalmado con las procesión de la Virgen y posterior comida. Eso no es amor, eso son toneladas de alcohol y Paquito el chocolatero en sangre. Con churros.

© & Other Stories
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Y, ya para terminar, hay que tener en cuenta que, si todo esto no llega a cumplirse y vuestro amor os pone los cuernos en Navidad (porque todo puede pasar hemos dicho que la Navidad es mágica, pero nadie dijo que fuera también fiel), por lo menos iréis a juego con los parias que se tiran un mes con una diademita de renos sin que nadie se entere. De hecho, lo mismo no te enteras ni tú, pero cuidado, porque a ver qué haces con ellos en verano, ¡¿les pones un flotador?!

¡Feliz amor Navidad!

Este artículo se publicó originalmente el 19 de diciembre de 2014.