«A ti lo que te pasa es que estás amargada», escucho cada vez que comparto mis inquietudes amorosas. © Brian Daly

Tengo 33 años y estoy soltera. ¿El motivo? En parte que huyo de las relaciones estables por miedo a perder mi independencia (es lo que hay) y en parte porque no he encontrado a nadie que cumpla mis expectativas (ni yo las suyas, claro está). Sin embargo, he tenido que enfrentarme en varias ocasiones a una frase que rompe mi tímpano (y mi paciencia) cada vez que la escucho cuando comparto con alguien mis inquietudes amorosas: «A ti lo que te pasa es que estás amargada».

 

Así, sin paños calientes. Y lo peor de todo es que no solo me lo han dicho hombres, sino también mujeres. Y a puñados. ¿Por qué el no creer en la idea del amor romántico en pleno siglo XXI me convierte en una amargada?

Y a veces me dan hasta ganas de llorar, lo confieso.

Pero empecemos por el principio. Para que podáis juzgar vosotras mismas os contaré la situación por la que, supuestamente, «estoy amargada». Con 33 años acumulo en mi haber decenas de relaciones esporádicas. Rollos de una noche, de dos días, de una semana, de meses o incluso de años. Salí con un chico en el instituto (que me dejó), me enamoré de otro en mis veintitantos (que me dejó para irse al extranjero) y estuve cinco meses con un joven y apuesto muchacho que me dejó (qué sorpresa) porque quería llevar él las riendas de la relación y que yo no tuviera ni voz ni voto. Ajá.

Vale, hasta aquí mi currículo sentimental. En cuanto al laboral y personal, tengo una carrera, dos másters, escribo, leo y hablo un inglés fluido (y tengo un título por Cambridge que lo acredita), he trabajado sin descanso desde que salí de la universidad, vivo sola, pago mis facturas y tengo un grupo de amigas que son como mi familia.

Eso mismo pienso yo.

Resumiendo, querido planeta. No estoy amargada, estoy ‘amorgada’. Exacto. Adoro mi vida tal y como es, pero que nadie pretenda que ponga buena cara cuando me hablan de relaciones sentimentales que son, supuestamente, maravillosas. Soy consciente de que si alguno de mis noviazgos hubiese llegado a buen puerto, ahora no estaría escribiendo esto. Sin embargo, por suerte o por desgracia, siempre que zarpo en el barco del amor, este lleva por nombre Titanic.

Y así acaba siempre mi corazón.

Sé que hay mujeres y hombres (y viceversa) que siguen creyendo en cuentos de princesas y príncipes aún habiendo fracasado en el amor millones de veces. ¿Lo respeto? Sí. ¿Lo entiendo? Ni lo más mínimo. ¿Seguirías metiendo los dedos en el enchufe llevándote calambrazos de forma gratuita?

Lo peor de todo es que muchas de las personas que han osado llamarme amargada (amorgada, como digo yo), conocen de primera mano mi trayectoria sentimental. ¿Acaso es malo no querer seguir sufriendo por amor?

‘Ya no sufro por amor’, de Lucía Etxebarría, trata de forma magistral la mala suerte en el amor.

Comprendo que muchas de vosotras no me entendáis. El otro día, sin ir más lejos, estaba de cena con unas amigas por la despedida de soltera de una de ellas. Paradojas de la vida, la única soltera que había allí era yo. El resto estaban casadas excepto, por supuesto, la futura esposa. Así pues, le dije al camarero que estuviese atento a mi copa y que no la dejara vacía en ningún momento. Sabía que, más pronto que tarde, alguna soltaría la mítica frase. Y así fue. «¿Y tú qué, Carmen? Que a ti lo que te hace falta es echarte un buen novio».

Pero mucho, mucho, mucho más.

Tras dar un sorbo a mi copa, decidí contestar con toda la sinceridad del mundo: «No necesito ningún novio. Es cierto que me encantaría conocer a un hombre con el que mantener una relación sana (he ahí la clave), pero no he tenido suerte o llámalo como quieras. Basándome en mis experiencias, a día de hoy no creo en el amor romántico ni en las relaciones perfectas. Entiendo que tú, que conociste a tu novio, y ahora marido, con 21 años, pienses de otra manera».

De oops, nada. Ya está bien de no decir las cosas como son.

El silencio se apoderó de la mesa hasta que Carlota dijo: «Pues yo no me creo que pienses así. Seguro que crees en el amor, lo que pasa es que todavía no lo has encontrado». ¿Quería guerra? La iba a tener. Aclaré mi garganta y le contesté: «Si tuvieras que lidiar cada viernes y sábado noche con hombres casados y chicos con novia (y chicas también, no seamos hipócritas) en busca de un revolcón, seguramente pensarías como yo».

Si quieres, vuelves.

¿Por qué la humanidad no puede entender que existan personas que ya no queremos ser ‘felices y comer perdices’ en pareja? Repito. No me importaría compartir mi vida con alguien, pero no a toda costa. Los tiempos cambian y las relaciones también. No todo el mundo tiene como meta en la vida casarse o tener hijos.

Además, y no me importa admitirlo, si estoy ‘amorgada’ es porque me ha ido fatal en el amor. Sea de quien sea la culpa. Y quizá todo se resuma en una gran frase de la gran Charlotte, de Sexo en Nueva York, con la que me identifico totalmente:

Exacto.

«¿Dónde está él», se pregunta una agotada Charlotte. Dejemos de preguntarnos eso y disfrutemos de nuestra soltería, mientras dure. Yo, con el tiempo, he aprendido a no agobiarme. A no desesperarme porque mi príncipe azul se haya quedado sin datos y no encuentre mi localización vía GPS. Ni es príncipe, ni es azul, ni tiene por qué encontrarme.

De hecho, yo tampoco soy una princesa. Soy una mujer. Con mis defectos, mis virtudes, mis manías… ¿Quiero ser feliz junto a alguien? Sí, pero primero quiero ser feliz conmigo misma.

Gracias Gustavo.

Que mi percepción de las relaciones sentimentales haya cambiado en base a mi experiencia no quiere decir que esté amargada, simplemente estoy ‘amorgada’ y ahora veo el amor de manera diferente. Ni mejor, ni peor.

Es más. En la era en la que Tinder arrasa, ¿en serio alguien va a decirme que no tengo derecho a pedirle a Disney que me devuelva cada euro (y peseta) que me he gastado viendo sus películas en las que se me ha vendido una moto impresionante?

Eso guapo, devuélveme mi pasta.

Así pues, queridas (y queridos), ojito con confundir amargada con ‘amorgada’.