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Durante años, el nombre Maldivas ha sido sinónimo de lunas de miel, exclusividad y silencio absoluto. Un destino de bungalows sobre el agua donde el tiempo se detiene y el romance flota entre los atolones. Pero esa imagen idílica, casi inalcanzable, empieza a transformarse.
Hoy, algunas de sus islas más bellas demuestran que el paraíso también puede tener risas infantiles, helados de mango a media tarde y cenas familiares bajo un cielo de estrellas. Porque sí: en medio del Índico, donde el mar cambia de azul cada minuto, hay un lugar donde las vacaciones familiares no significan renunciar al lujo ni a la calma. Solo redefinirlos.
El mito del destino romántico

La pregunta surge sola. ¿Qué tan real es imaginar Maldivas con niños? Las imágenes mentales responden antes que las palabras: parejas descalzas caminando por la arena, cenas privadas sobre el mar, silencio y privacidad. Sin embargo, más allá del cliché, las Maldivas son un escenario natural que parece diseñado para la infancia. No hay coches, el mar es una piscina cálida, los caminos son de arena y la vida ocurre al aire libre, entre peces multicolor y árboles de pan.

El lujo aquí no se mide por el aislamiento, sino por la libertad. Por la posibilidad de correr descalzo hasta el agua, pedalear de una playa a otra sin tráfico ni ruido, descubrir cómo se planta un coral o ver el primer atardecer de Año Nuevo flotando sobre una tabla de paddle.
Y es precisamente esa combinación de seguridad, contacto con la naturaleza y de ritmo pausado la que convierte a las Maldivas en un escenario perfecto para compartir. Incluso durante las fiestas de fin de año. Y es que en esa época, muchas islas se llenan de música, talleres navideños y cenas bajo la luna, demostrando que el espíritu festivo también puede celebrarse a 30 grados y sin zapatos.
Una isla que parece un pequeño pueblo
Entre las más de mil islas del archipiélago, hay algunas que logran algo difícil: conservar la magia del aislamiento sin renunciar a la vida. LUX* South Ari Atoll es una de ellas.

Situada en uno de los atolones más extensos del país, su isla principal se extiende a lo largo de cuatro kilómetros de playas. Es casi una pequeña aldea tropical donde todo se recorre en bicicleta y los pies descalzos son el único código de vestimenta.
Aquí, la privacidad y la amplitud se combinan con una sensación de comunidad ligera: encuentros espontáneos en el café del muelle, familias que se cruzan al amanecer rumbo al mar, el sonido de los remos al pasar.

Las Family Beach Pavilion y Family Lagoon Pavilion están pensadas precisamente para eso. Son espacios amplios, con dos habitaciones conectadas y terrazas frente al océano donde los niños pueden jugar mientras los adultos contemplan la caída del sol.
Las paredes de madera clara, los techos de palma y los suelos de arena blanca crean una atmósfera cálida, luminosa y relajada. Desde las duchas exteriores se escucha el mar. Desde las hamacas, solo se ve el cielo. Es el tipo de alojamiento donde el lujo se siente más en el aire que en los objetos.

No hay tráfico, ni horarios apretados, ni sensación de encierro. Solo la calma de una isla que respira al ritmo de las olas. Y esa sensación, la de estar lejos, pero sentirse en casa, es lo que redefine el lujo en clave familiar.
Pequeños exploradores y grandes descubridores
En el corazón de la isla, un rincón llamado PLAY demuestra que la aventura también puede tener la forma de un taller de pizza, una búsqueda del tesoro o una conversación con un biólogo marino.

Aquí los niños no solo juegan: exploran, crean y descubren. Entre clases de yoga infantil, carreras de cangrejos, “ice-cream labs” y excursiones en barco, el aprendizaje se mezcla con la diversión y los días pasan al ritmo del sol.
El programa está diseñado por edades: de los tres a los once años. Propone actividades tan diversas como pintar con hojas de palma, plantar hierbas aromáticas o fabricar sus propias galletas desde el grano. Para los más curiosos, hay talleres con el equipo de biología marina donde aprenden sobre los corales, las mantas raya o los tiburones ballena que habitan el atolón.

Durante la temporada festiva, la isla se transforma en un pequeño paraíso de Navidad tropical. Papá Noel llega en lancha, se decoran cupcakes frente al mar y las familias escriben deseos que cuelgan en el Árbol de los Deseos. Al caer la noche, el cine al aire libre en la playa, Cinema Paradiso, reúne a todos bajo las estrellas, recordando que el espíritu de las fiestas no depende del clima, sino de la compañía.
Mientras ellos juegan, los padres también disfrutan
En las Maldivas, el tiempo se estira. Mientras los niños se sumergen en su universo de juegos, los adultos redescubren el placer de no mirar el reloj.

El LUX Me Spa* es un refugio luminoso: cabinas sobre el agua, zona de relajación con vistas al mar, sauna y hammam. Hay rituales con aromaterapia, faciales de alta eficacia y masajes que combinan técnicas asiáticas con aceites locales. También peluquería y manicura de nivel beauty-studio, para quien entienda el bienestar como un cuidado de pies a cabeza.

Quien prefiera moverse tiene un Fitness center equipado y clases diarias: pilates, yoga al amanecer o al atardecer, meditación y circuitos funcionales. Cuando el Índico está en calma, el yoga “flotante” añade ese punto sensorial que solo ocurre aquí.

Al caer la noche, la isla cambia de ritmo. Beach Rouge pone la música; los cócteles llegan sin prisa junto a la piscina infinita; la conversación fluye con el rumor del mar. El verdadero lujo está ahí: saber que los niños están felices y seguros, y entregarse, sin culpa, al arte de disfrutar.
El placer de comer bien (y juntos)
En esta isla, las comidas son mucho más que un momento del día: son el punto de encuentro. Se llega con sal en la piel, el pelo aún húmedo y los pies descalzos, y durante un rato el mundo se detiene.

El todo incluido Maldives style significa libertad con nivel. Dine-around real, carta amplia y espíritu barefoot, sin caer en el cliché del buffet impersonal. Permite desayunar frente a la laguna, improvisar un almuerzo entre risas o convertir la cena en un pequeño ritual que marca el ritmo del viaje.
La ruta puede empezar en East Market, un recorrido por los sabores del sudeste asiático con guiños de street food. MIXE propone cocina internacional creativa en un ambiente relajado. Beach Rouge trae el Mediterráneo al Índico: pizzas artesanales a mediodía y ambiente de club al anochecer. En Senses Restaurant, India y Oriente Medio se dan la mano, mientras Senses Lounge & Bar añade cócteles y platos sabrosos junto al mar.

Para una velada especial, Umami (japonés contemporáneo) y Allegria, con sus clásicos italianos y vistas al atardecer, son el plan perfecto para padres que quieren una cita romántica sin salir de la isla. Café LUX* satisface los antojos de café recién tostado, ICI conquista a los más pequeños con helados caseros, y siempre queda el comodín del in-villa dining disponible las 24 horas.
En lo práctico, los planes de media y pensión completa incluyen créditos en carta, mientras que los premium suman ventajas extra y cenas de cortesía en los restaurantes de especialidad. Traducido: comer bien sin perder la espontaneidad. Los niños encuentran platos coloridos y sencillos; los adultos, cocina de autor y una carta de vinos que sorprende por su amplitud.

En temporada festiva, la experiencia se eleva. El Christmas Family Buffet frente al mar y el New Year’s Garden Brunch se iluminan con faroles y música en vivo que se alarga hasta la medianoche.
El nuevo lujo es hacerlo juntos
En un mundo donde el lujo suele medirse en exclusividad, las Maldivas recuerdan que a veces lo más valioso no es lo que se aísla, sino lo que se comparte. Viajar en familia a un lugar así no es un acto de renuncia, sino de expansión: la de abrir el paraíso a todas las edades, a todas las curiosidades, a todas las formas de asombro.

En islas como LUX* South Ari Atoll, el concepto de escapada se transforma. No se trata de desconectar del mundo, sino de reconectar entre nosotros. De desayunar descalzos frente al mar, ver cómo los niños aprenden a plantar un coral, brindar bajo el cielo tropical del 31 de diciembre y, por un momento, sentir que el tiempo deja de correr.