Este año se cumplen 30 años del estreno de Dirty Dancing. Treinta veces hemos dado la vuelta al sol y ha dado tiempo a que Patrick Swayze muriera dejándonos desolados, que Jennifer Grey se hiciera ‘eso‘ en la nariz y que Kelly Bishop, la madre de Baby fuera la abuela de las Gilmore en la serie original y también en su secuela.

Por muchos años que pasen jamás olvidaremos esta escena.

Dirty Dancing es para muchos solo una ‘peli de adolescentes’. Además, como todo el mundo sabe, las películas o son de chicas o son de chicos; y si las de adolescentes nunca han tenido demasiada buena prensa, ¡imaginad si encima son para mujeres!

[Pausa para recordar que Hollywood es un lugar lleno de señores mayores muy blancos que juegan al golf y premian a acosadores].

Pero sigamos: como le decían a Julia Roberts en La boda de mi mejor amigo eres como el pus que infecta a la mucosa que invade al hongo que come la nata podrida. ¡Vamos! Chicas y jóvenes. ¡Lo peor de lo peor! Pero todavía más terrible es que nosotras mismas nos lo creímos. A nosotras nos gustaba pero nunca jamás nadie se hubiese atrevido a decir que era su película favorita. No era digna. No era una opción políticamente correcta.

¿Y ese brazo, Patrick?

En el libro The time of my life (Blackie Books, 2016) la periodista de The Guardian Hadley Freeman hace una defensa a ultranza de la cinta . Tras entrevistarse con Eleanor Bergstein, guionista y promotora de la película, llega a afirmar cosas tan locas como esta: “Hay pocas películas tan infravaloradas e incomprendidas como Dirty Dancing. La vi por primera vez cuando tenía 10 años y me temo que no me di cuenta de que estaba ante una de las grandes películas feministas de todos los tiempos”. ¿Dirty Dancing feminista? ¿Perdón? ¡Pero si Baby, de toda la vida de Dios, ha sido una ñoña!

Portada de ‘The time of my life’.

Si dejamos los prejuicios a un lado descubriremos que Dirty Dancing efectivamente es una película femenina y feminista, y que todas esas cosas que sentíamos pero no éramos capaces de racionalizar y verbalizar eran precisamente las que hacían que nos gustara. Por eso, tres décadas después nos sigue encantando Dirty Dancing y sigue siendo una película tremendamente moderna. Estas son las razones por las que te gusta (y probablemente aún no lo sabías):

1. Porque es una película narrada desde el punto de vista de una mujer

Una de las cosas que más rabia me da es que cuando el narrador es un hombre se sobreentiende que es un producto para todos, ellos y ellas. Sin embargo, cuando la protagonista es una mujer, entonces, es para chicas. Nos hemos acostumbrado a que ninguneen nuestra visión y que no nos demos ni cuenta. Y Dirty Dancing está contada desde el punto de vista de ella. Todas somos Baby. Nos gustaría estar tan buenas como Penny, bailar como los ángeles y hacer el salto sin esfuerzo (y ser lo suficientemente ligeras para no aplastar a Swayze, eso también), pero lo cierto es que la mayoría de nosotras somos la panoli de la sandía.

Traje una sandia dirty dancing
Así es.

Y como es ella la que nos cuenta lo que pasó ahí, el que sale arrebatadoramente guapo es el objeto de su deseo, Johnny, que enseña mucha más chicha (por una vez) que ella. Porque a nosotras qué nos apetece más, ¿verla a ella o a él? Ella somos nosotras, nos tenemos muy vistas, pero él es un semidiós.

Argg Patrick… ¡que voy!

2.Porque Baby no es Cenicienta

Como cuenta Bergstein en el libro de Freeman, “me revienta que describan a Baby como un patito feo porque Jennifer (Grey) es guapísima. Tampoco soporto que alguien se refiera a la película como la historia de La Cenicienta porque ella no movió el pandero de su asiento para hacer nada”. Y bien pensado, tiene toda la razón del mundo. Pretty Woman tiene muchas más semejanzas con el cuento pero, ¿Dirty Dancing? Lo único que las acerca es la suciedad que tienen en el nombre. Baby, aunque nos parezca una ñoña no lo es en absoluto. Puede que pensara irse a las misiones, pero ella vio a Johnny Castle arrimando cebolleta bailando con Penny y pensó “este pa’ mí”. Y no se quedó sentada a esperar que él reparara en ella, sino que fue directa a por él.

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Desplegando todas sus armas.

3. Porque Baby es buena persona

A nadie que conozca le gusta que le digan que no es una buena persona. Baby empieza siendo el cliché de la buena persona (misionera en África ¡toma lugar común!) pero luego descubrimos que lo es de verdad. De las que se mojan y hacen cosas poco populares como avisar a su padre cuando sabe que le va a caer la bronca del siglo o defender a su novio cuando lo que le están haciendo es injusto. Será una moñas a los ojos de la gente, pero una moñas muy valiente.

Le dice ven y la tía no se lo piensa; claro que sí.

4. Porque misionera sí, pero monja no

Hubo una época en la que irse a las misiones era completamente mainstream pero sin duda el celibato no ha alcanzado nunca las mismas cotas de popularidad, normal por otro lado. La película nos habla del despertar sexual de Baby (y despertar al sexo con Patrick Swayze no es cualquier cosa). ¿De dónde hemos sacado que es una mojigata? En realidad ella no es promiscua pero a ella le gusta el sexo como a la que más. No se la ve con ningún tipo de problema por acostarse con Johnny: a ella le mola, le pone, quiere acostarse con él y VA ELLA a su cabaña PORQUE QUIERE con la clara intención de hacerlo. ¿Una mujer tomando la iniciativa en el sexo y disfrutando de ello? ¡Válgame dios, dónde se habrá visto!

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¡¿Dónde?!

5. Porque habla del aborto

Y lo hace de un modo bastante moderno. Para empezar porque no culpabiliza a Penny, que es lo habitual. El que queda como un cerdo es él, pero no por dejarla preñada sino por desentenderse por completo y acusarla de promiscua. Y sobre todo porque pone el dedo en la llaga sobre la condición en la que se coloca a las mujeres cuando el aborto es ilegal: teniéndose que hacerlo clandestinamente y con nula seguridad para ellas.

¿Inseguras ellas?

6. Por Johnny Castle

Johnny Castle es uno de los personajes más indudablemente atractivos de la historia del cine. Y, curiosamente, no es como esos hombres que dicen que nos gustan a las mujeres. Johnny es bailarín y está como un queso, con una anatomía esculpida a cincel, pero de un modo clásico, muy poco ‘viceversa’. Pero es una persona bastante sensible: él se hace cargo de Penny porque es su amiga y su compañera, no porque tenga ninguna obligación. No quiere aprovecharse en ningún momento de Baby, y es ella la que tiene que decirle, «déjate de leches que yo quiero temita contigo». Johnny tiene dignidad. Es un dios griego, pero con sentimientos.

Esa pelvis POR EL AMOR DE DIOS.

Y baila. ¡Cómo baila! Esos bailes que simbolizan lo prohibido. Aunque tengamos dos pies izquierdos todas hemos querido ser Baby para bailar con Johnny. Y hacer ese salto que es un ‘A LA MIERDA TODO, yo me quedo con Johnny porque me gusta más que comer con los dedos. Y punto’.

Treinta años después seguimos escuchando la brutal banda sonora de la película y emocionándonos cada vez que Patrick Swayze irrumpe en el salón de actos de Kellerman’s y dice: “No permitiré que nadie te arrincone [Baby]”. Y ahora sabemos que además, está bien.

¡Amén!