Pionera, cineasta, artista y feminista; eso era Agnès Varda, una belga que comenzó su carrera en la década de los cincuenta con La Pointe Courte. Su legado está ligado a la nueva ola del cine francés, lo que le valió el apodo de la “abuela de la nueva ola”. Al ser tan progresista y jugar con las distintas variates de la narración —ficción, realidad y todo lo que se cruza en el camino— Varda logró hacer que su sello estético cruzara fronteras.

Nacida en Ixelles, Bélgica, Varda se mudó a Francia cuando apenas era una adolescente. Su madre de origen francés, su padre griego, Arlette, su nombre original, se adaptó a la vida en Séte junto a su familia. Se mudó a la capital del país para estudiar en el École du Louvre historia del arte y, posteriormente, se enroló en la École des Beaux-Arts para adentrarse en la fotografía.

Su primer proyecto, La Pointe Courte, fue el resultado de su previo conocimiento en los dos campos en los que se entrenó. Sin experiencia en el cine, el filme marcó un camino distinto para la industria cinematográfica francesa e incitó una nueva forma de hacer películas. Luego vinieron grandes obras de arte como Cléo from 5 à 7, que inspiró a cineastas como Roman Polanski y Martin Scorsese, y Vagabond.

Su contribución a la cultura vive en las épicas y muy eclécticas narrativas que cada película dirigida, escrita y producida por ella mostraban ante el mundo. La poesía que se yuxtaponía con filmografía documental realzaban los distintos temas políticos de los tiempos. Además, catapultó el papel de la mujer en la sociedad por medio de exhaustivas investigaciones.

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