Yo misma lo he dicho muchas veces. “Ser madre es lo más natural”. De hecho, lo pensé hace unos días viendo la serie “Quién es Anna”, en la que la protagonista (Vivian, no Anna, protagonizada por Anna Chlumsky) está dando a luz y lo que grita es “¡No eres especial!  ¡No eres especial!”. Así pensaba yo, cuando daba a luz y después, defendiendo que ser madre no implicaba renunciar a otra vida, especialmente a trabajar, algo que siempre he puesto sobre la mesa, aunque hay que reconocer que como todas haya caído alguna vez en la tentación de decir “no puedo más”.

Siempre defiendo que en el caso de parejas, es importante tener una estructura familiar de corresponsabilidad que haga factible la igualdad. Siempre he dicho que la empresa y la sociedad deben ayudar, por la vía del entendimiento y la reglamentación, en esa normalidad que hace que las mujeres que quieren trabajar puedan hacerlo conciliando. Pero siempre he dicho también que la conciliación no puede ser únicamente femenina porque entonces solo sirve para seguir manteniendo las dobles o las triples jornadas. Y que la batalla de la conciliación se libra primero en casa, si es que algo hay que librar. De ahí, una de mis frases favoritas que es que hay al trabajo hay que llegar bien conciliadito de casa.

Pero lo que son las cosas. No es tan fácil. Así de duro y así de simple.

Lo estaba barruntando desde hace tiempo. No porque tenga una bola de cristal, sino porque leo, escucho y me encuentro con voces que lo ponen de manifiesto. En 2022. Sí, en 2022. Y hoy con total seguridad de lo que digo, o sea con la de que no es tan fácil y sobre todo tiene consecuencias, tras conocer los resultados de la Encuesta “El Coste de la Conciliación” realizada por la Asociación Yo no Renuncio, del Club de las Malasmadres. Y es tan fuerte, que solo daré un titular. “El 57 por ciento de las mujeres españolas ha sufrido una pérdida salarial al convertirse en madre”. What? Así. Evidentemente, no es que hayan tenido niños y les hayan bajado el sueldo, sino que la situación, qué eufemismo, les ha conducido a replantearse su relación laboral y, por ejemplo, pedir reducción de jornada o excedencias… o dejar el trabajo.

Leía los resultados y recordaba cómo llegaba yo a casa cuando mis hijas eran pequeñas y yo tenía puestos de gran responsabilidad directiva: con los ojos medio cerrados, que no sé ni cómo podía conducir… procurando estar a tiempo para los baños, en el peor de los casos para las cenas y en el pésimo para el cuento. Me ocurría lo que he sabido que les ocurre a otras mujeres…, a veces me avisaban para ir a cenar y resulta que me había quedado dormida yo con la niña. Normal. Me he consolado hoy leyendo que, según la encuesta, en la que han participado 51.627 mujeres, realizada entre el 8 y 13 de febrero pasados, un 64 por ciento asegura llegar cansadas todos los días a su trabajo. Digo que me he consolado porque al menos yo podía descansar y no llegar agotada al día siguiente al despacho, aunque ahora que lo pienso más de una vez he dormido en el suelo junto a la cama de una de mis hijas que dormía fatal… ¿Que por qué no dormía yo en su cama o ella en la mía? Porque era una exagerada con una educación según la cual no debía hacerlo… y que nadie me pregunte más.

“El 57 por ciento de las mujeres españolas ha sufrido una pérdida salarial al convertirse en madre”.

He recordado también leyendo la encuesta que cuando tuve mi primera hija y, cinco meses después, mi primera dirección de una publicación una compañera me advirtió de que nunca debía decir en el trabajo que me ausentaba o faltaba para llevar a mi hija al médico. Debía inventarme otra excusa. Cosa que nunca hice, porque la mentira no es mi talante y tal vez porque tuve suerte con la salud de las niñas. El caso es que la encuesta dice que cuatro de cada diez mujeres se ha sentido minusvalorada en su empleo o en su entorno social tras ser madre. Qué valientes de reconocerlo. Qué valiente mi querida Laura Baena, presidenta y fundadora del Club, que sabe muy bien de lo que habla y lo que denuncia. Qué poco aguerridas en cambio a la hora de pedir ayuda estas mujeres. Al menos, yo utilicé asistencia psicológica, no sé si por esto o por otras causas, pero siempre estuve acompañada, más allá de la familia. Y es que dicen los resultados de “El coste de la conciliación” que un 66 por ciento no ha pedido ayuda psicológica, a pesar de estar desbordadas o tristes.

Y esta situación se ha visto totalmente superada durante la pandemia, momento en el que al parecer se han perdido puntos de igualdad y desde luego de conciliación, pues se ha puesto aún más de manifiesto el papel cuidador atribuido, y auto-atribuido, a las mujeres. Y es que el 65 por ciento se preocupa de gestionar las emociones de los hijos, más allá de la planificación de comidas o cenas que en un 69 por ciento sigue siendo responsabilidad de las madres, que por otro lado en un 49 por ciento cuentan que les cuesta delegar. Ni de pensarlo tienen tiempo, tiempo de calidad para ellas; un 65 por ciento ni una hora al día y un 20 por ciento menos aún.

Apoyo la idea de Laura y su asociación de pedir un Pacto de Estado por la Conciliación. Pero insisto en el punto primigenio que es la educación en igualdad, esa que hay que dar a los hijos y a las hijas para que esta situación sea obsoleta inmediatamente. Insisto en la importancia de que en las propias empresas se trabaje el liderazgo inclusivo. Y en que las medidas sean de conciliación de la vida laboral y personal y que impliquen a hombres y mujeres por igual. Pero también en medidas de carácter laboral y económico que premien a los hombres que trabajan por la igualdad y a los directivos que aman a las mujeres. Porque hacerlo es trabajar por la sociedad y sus sostenibilidad.

*Imagen: Instagram Asociación Yo No Renuncio