A veces, una cena no es solo una cena. A veces es un viaje, un paréntesis, un rato de disfrute que te saca de la rutina sin necesidad de moverte de tu ciudad. Eso es exactamente lo que ocurre al cruzar las puertas de Pelican, el nuevo restaurante que ha abierto en la emblemática Plaza Gabriel Miró, en pleno corazón de Alicante.

No se trata de un debut, sino de una evolución natural. Pelican Centro es el segundo local de una marca consolidada que lleva tiempo haciendo ruido (del bueno) en su primer enclave junto al mar, en Playa de San Juan. Ahora, el proyecto da un paso más y aterriza en el centro urbano con la misma esencia, pero con una propuesta aún más refinada, si es que eso se puede, y una clara vocación de convertirse en punto de encuentro para los amantes de la cocina japonesa contemporánea.

De McDonald’s a Four Seasons. Y de vuelta a casa.

Al frente está Pablo Berenguer Solbes, jovencísimo chef alicantino con una trayectoria tan poco convencional como sólida: empezó en un McDonald’s mientras compaginaba sus estudios de ADE. Se formó con Ferran Adrià. Trabajó como chef privado entre Baleares y la Península, abrió un bar de tapas en Osaka, y terminó liderando cocinas en el Ritz-Carlton de Okinawa o el Four Seasons de Ginebra, siempre con la cocina japonesa como faro. 

Podría haberse quedado en alguno de estos lugares. Pero eligió volver.

Volvió a casa para poner toda esa experiencia en práctica en Pelican, un espacio que se aleja de los tópicos del sushi bar y apuesta por una fusión cuidada, técnica y emocional. Una cocina pensada para compartir y, sobre todo, para disfrutar. Y eso nos apetece —y mucho—. 

Y así lo quisimos comprobar hace unos días cuando tuvimos la oportunidad de cenar en el nuevo Pelican Centro. Fue una experiencia que merece ser contada paso a paso, o mejor dicho, plato a plato.

Crónica de una cena entre Japón y La Terreta

La noche empezó con un entrante de pan a la brasa, un gesto sencillo pero efectivo, que nos acompañó durante todo nuestro recorrido gastronómico. Una costumbre muy nuestra, símbolo de hospitalidad y generosidad sin artificios, para hacerte sentir como en casa desde el primer momento.

Después llegaron los torreznos con salsa yuzu-miso: sabrosos e inesperados a partes iguales. Un contraste de texturas y sabores que, sin hablar, te cuentan que en esa cocina se entiende tanto la tradición española como la sensibilidad japonesa. 

Tras ese arranque contundente, llegó uno de los momentos más sorprendentes de la noche: el Rock Shrimp. Servido en un plato con forma de camarón, la presentación ya dejaba claro que aquí los detalles importan, pero no se estanca sólo en lo visual: las gambas en tempura, crujientes por fuera y jugosas por dentro, tenían ese punto de picante justo para despertar el paladar sin avasallar. Un plato que logra lo difícil: ser divertido, sabroso y preciso a la vez. Posiblemente, una de las estrellas de la carta.

A continuación llegó el turno del variado de nigiris de autor, servidos sin estridencias, dejando que el corte, el arroz y el producto hablaran por sí solos. Cada pieza tenía su carácter, pero todas compartían respeto por la tradición y ausencia total de exceso. Aquí no hay florituras, solo equilibrio, y muchos sabores, aunque si hay que quedarse con alguno… ¿tiene rival el atún?

Y como principales, dos platos que resumen bien el espíritu del lugar:
🔸 Una presa de Black Angus impecable de punto y sabor.
🔸 Y el Black Cod marinado en miso blanco, que se deshacía en la boca. Delicado, untuoso, puro umami. Un plato que esconde en su nombre un auténtico trampantojo ya que parece lo que no es, en el buen sentido de la palabra.

Cerramos la velada con un postre de chocolates, jugando con el contraste entre caliente y frío y el dulce con el salado. Uno de esos postres que no abruman pero te dejan con buen sabor de boca. 

Un vino con acento local

Para acompañar, elegimos un vino de la zona: Sericis Cepas Viejas Monastrell (DO Alicante). Criado en roble francés durante 14 meses, con ese punto sedoso que le da su nombre (sericis significa “sedoso” en latín). Equilibrado, elegante, y de la terreta. Un maridaje que refuerza esa sensación de estar todo el tiempo en Japón, pero con los pies firmemente plantados en Alicante. Hasta en estos detalles se nota que Pelican sabe mirar hacia fuera sin dejar de honrar lo local.

lo que se come y cómo se come

Pelican no solo convence por lo que se come, sino por cómo se come. Hay una atmósfera desenfadada pero cuidada, un servicio atento que no fuerza, una música que acompaña sin molestar, y una barra de coctelería de autor que merece su propia visita. Estamos ante un lugar que cuida los detalles sin necesidad de anunciarlos a bombo y platillo. Un sitio al que vas a cenar y a pasarlo bien. A celebrar. Porque como dice su chef: “Lo que quiero es una sonrisa, un buen rato. Que la gente venga aquí, se divierta y se olvide de sus problemas.” 

Y lo consigue.

Pelican es su manera de contar su historia a través de la cocina. Un lugar al que acudir si necesitas parar el reloj y bajar el volumen del día. 

Itadakimasu | Bon profit!