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Hay lugares que uno no olvida. En una esquina apartada de Phuket, al borde de una playa casi secreta, hay un restaurante que parece sacado de un sueño tailandés: casas de madera, caminos de arena bajo los pies descalzos, un árbol sagrado que lo preside todo. Fue allí donde se rodaron las cenas de la tercera temporada de The White Lotus. Y, sin embargo, nadie habla de ello. Mientras los focos apuntaban a los grandes resorts, las escenas más íntimas, esas que nos sentaban como testigos incómodos en medio del drama, sucedían aquí, en este rincón sereno y auténtico. Pero ese restaurante es solo una parte de algo aún más grande. De un hotel que parece vivir en otro ritmo, donde todo invita a bajar las revoluciones, a mirar despacio, a quedarse un poco más. Y ese, precisamente, es el lugar del que venimos a hablar.
El escenario secreto de todas las cenas
Quienes hayan visto la tercera temporada de The White Lotus recordarán las escenas de cena. Lo que pocos saben es que todas esas escenas se rodaron aquí. En este restaurante sin pretensiones que no necesita más adorno que su verdad.
Estar allí, como espectadora que se cuela en la ficción, tiene su punto de magia. Reconocer el espacio, ver las mesas, los caminos de arena, el árbol que todo lo preside. Pero esa sensación se desvanece pronto, sustituida por algo más profundo: la certeza de que has llegado a un lugar real. Uno de esos donde todo, desde la arquitectura hasta el sabor de un plato, está pensado para que no te olvides de estar presente.
Una aldea con alma propia
El restaurante no es un único espacio, sino una colección de pabellones abiertos, conectados por senderos de arena y rodeados de vegetación. Está diseñado como una pequeña aldea pesquera tradicional, con materiales recuperados: madera antigua, techos de palma seca, lámparas hechas a mano, tejidos teñidos con técnicas ancestrales. Aquí no hay lujo aparente, pero todo respira intención y belleza.
En el centro de todo, un ficus sagrado. Antiguo, inmenso. En lugar de desplazarlo, el restaurante se construyó a su alrededor. Es como si la sabiduría del árbol marcara el ritmo del lugar. Bajo su sombra, las cenas se alargan sin prisa, entre luces cálidas y platos que llegan humeantes desde una cocina abierta.
Tío Nun y Tía Yai: amor en la cocina
La historia del restaurante no se entiende sin ellos: Rotkaew “Nun” y Sangchan “Yai”, marido y mujer, cocineros, y el alma verdadera de todo esto. Se conocieron hace más de tres décadas en un puesto de comida callejera en Phuket. Él cocinaba, ella iba a comer. Desde entonces no se han separado.
Llevan toda una vida cocinando juntos. Y aunque ahora lo hagan en un hotel de cinco estrellas, siguen haciéndolo como si estuvieran en casa. Con los mismos gestos, los mismos ingredientes del mercado, la misma alegría. Tío Nun sigue yendo cada mañana a seleccionar el pescado del día. Tía Yai se mueve por la cocina con una serenidad que solo dan los años y la pasión verdadera. Comer aquí no es solo una experiencia gastronómica. Es una historia de amor servida en plato hondo.
Una sostenibilidad que se toca
El compromiso con el entorno no es una etiqueta: es una forma de vida. El restaurante se construyó con madera recuperada, y no utiliza plásticos de un solo uso. Los productos de limpieza son ecológicos. Los ingredientes, frescos y de proximidad. En lugar de acuarios, los pescados vivos esperan en una especie de estanque bajo el suelo, como en las lonjas tradicionales. Desde allí se sacan a mano, como se ha hecho siempre.
Hay un huerto propio, hierbas que se recogen minutos antes de entrar en la cocina, un estanque con mariscos. Todo forma parte de un ecosistema que honra la tierra y a quienes la habitan. Y eso, en un mundo donde el lujo muchas veces se mide en exceso, aquí se mide en respeto.
Sabor a Tailandia en cada detalle
La cocina es profundamente local, del sur de Tailandia. Con platos que no se han rendido a la fusión ni a la estética vacía, y que se sirven con la calidez de una casa: cocina abierta, aroma envolvente, espacios que invitan a conversar y quedarse. Algunas noches, incluso se puede compartir mesa con otros comensales, como si fueras un invitado más en una celebración local. Los cócteles, preparados con hierbas tailandesas y envejecidos en vasijas de barro durante meses, completan una experiencia que no se olvida con facilidad.
Más que un restaurante
Pero lo que hace aún más especial a este restaurante es que no está solo. Forma parte de un ecosistema cuidadosamente diseñado para invitar al recogimiento, al descanso profundo, a la contemplación. Un lugar donde la arquitectura, el paisaje y el silencio se combinan con una armonía que rara vez se encuentra en Phuket. Porque este restaurante está dentro del Rosewood Phuket, y si el restaurante es alma, el hotel es cuerpo y piel.
Un santuario entre la selva y el mar
La entrada no se hace junto al mar, como en muchos resorts de playa. Aquí se accede desde lo alto de una colina, en un pabellón elevado, desde el que la vista se abre sobre la bahía de Emerald Bay. La bienvenida es silenciosa, privada, casi ceremonial.
Y desde ahí, empieza el descenso. Una carretera sinuosa, flanqueada por selva tropical, lleva a las villas, al spa, a la playa. Es como dejar atrás el mundo. Con cada curva, el ritmo baja un poco más. No hay prisa, no hay ruido, no hay multitudes.
Lo que espera abajo es un santuario. No hay grandes carteles, ni recepciones bulliciosas, ni opulencia innecesaria. El Rosewood Phuket es un lujo que susurra, que se esconde a plena vista. Un capullo de elegancia natural en una de las zonas más turísticas de Tailandia, que sin embargo se vive como un mundo aparte.
Donde la arquitectura desaparece
Diseñado bajo la filosofía A Sense of Place, el resort se mimetiza con el entorno gracias al uso de materiales naturales, tonos tierra y formas suaves que respetan la topografía del terreno. Aquí no se ha tallado la colina, se ha seguido su curva. Los edificios no han desplazado la vegetación: han crecido entre ella, como parte del ecosistema.
Los senderos serpentean entre árboles centenarios y plantas autóctonas. Las villas, con sus tejados de madera oscura y muros cubiertos de enredaderas, apenas se distinguen entre el follaje. Las piscinas de borde orgánico reflejan el cielo y los árboles como si fueran espejos vivos. Y entre todo eso, el silencio. Un silencio denso, lleno de sonidos naturales, que no abruma, sino que envuelve.
Una burbuja moderna en LA NATURALEZA
Al cruzar la puerta, todo cambia. El interior parece traído de otra parte.
La arquitectura sigue siendo orgánica, fluida, pero el diseño es decididamente moderno: líneas puras, superficies limpias, colores neutros, toques minimalistas. Todo está pensado para envolver, para acoger. Es como si entraras en un apartamento de lujo en una gran ciudad… salvo que al otro lado del ventanal, en lugar de rascacielos, hay palmeras.
Ese contraste funciona. Porque la villa se convierte en una burbuja dentro de la burbuja. Un espacio íntimo, silencioso, donde puedes cerrar el mundo y simplemente estar. El baño es otro de los puntos fuertes. La bañera, al aire libre, se encuentra en un patio privado dentro del propio baño, rodeada de superficies de cemento pulido y líneas limpias. Las duchas, una interior y otra exterior, completan un espacio pensado no solo para asearse, sino para pausar.
Desde la terraza, la piscina privada se extiende hacia la laguna como si quisiera tocarla. Y justo detrás, a lo lejos, el mar. Nadar allí al atardecer, con el agua a la altura del pecho y la mirada perdida entre el verde y el azul, es una de esas imágenes que se graban sin hacer ruido.
MUCHO MÁS QUE UN DESAYUNO
Hay hoteles donde el desayuno es una formalidad. Y luego están los que convierten ese primer momento del día en un ritual. En el Rosewood Phuket, desayunar en Red Sauce no es una rutina: es una ceremonia de cuidado, belleza y sabor.
Red Sauce ofrece un formato semi buffet: no hay filas de bandejas calientes ni bullicio. Solo dos mesas centrales impecables, donde el producto se expone como si fuera una colección curada con mimo.
En una, una chef te recibe para prepararte una ensalada o una selección de frutas al momento. Tú eliges los ingredientes y ella corta, mezcla y presenta. También hay yogures artesanos y zumos ecológicos. En la otra, panes ecológicos y pastelería fina: pequeñas creaciones delicadas, sin artificios, más cercanas a una vitrina de alta repostería que a un bufé hotelero.
Donde brilla de verdad el desayuno es en la carta. El chef Luca De Negri, alma gastronómica del hotel, ha trasladado su visión nutritiva, consciente, profundamente italiana a cada plato. Yo repetí tres días la misma tortilla: una egg white omelette con cangrejo, inspirada en la tradicional crab omelette tailandesa, pero más ligera. Y absolutamente perfecta.
Pero lo que convierte este desayuno en una experiencia deliciosa es la atención. El primer día comento, sin más, que me gusta mucho el jackfruit. Al siguiente, una camarera aparecerá con un plato de jackfruit traído de su barrio. Lo habrá traído para mí, porque sí. Porque le nació. Eso no está en ningún menú. Pero se queda contigo para siempre.
Gastronomía que respira mar, frescura y alma
El corazón gastronómico del hotel late en Red Sauce, pero no se queda allí. Por las tardes, Mai es el lugar ideal para tomar algo junto a la piscina. La carta, compartida con The Shack, está centrada en el producto del mar, con platos sencillos pero precisos.
En The Shack, la experiencia se vuelve íntima. Cené allí a la luz de las velas, rodeada de flores de loto, con la brisa cálida de la noche tailandesa. Langostinos del Andamán, pargos locales, ensaladas frescas… Todo respira verdad.
Asaya: donde el cuerpo se rinde y el alma respira
Asaya no es un spa más. Es un refugio dentro del refugio.
Los tratamientos tienen un enfoque integrador, inspirados en prácticas ancestrales y diseñados para restablecer el equilibrio entre cuerpo, mente y emociones. Uno de los más especiales es el Chi Nei Tsang, una terapia que trabaja el abdomen para mejorar la digestión y desbloquear tensiones internas. Fue el tratamiento que recibí, y la sensación de ligereza posterior fue difícil de poner en palabras.
También hay rituales para mejorar el sueño, masajes con aceites herbales personalizados, compresas calientes, sonido vibracional y más. Y para quienes buscan un viaje de bienestar completo, Asaya colabora con Red Sauce para ofrecer una selección de platos diseñados que acompañan procesos de depuración, descanso o reconexión.
The White Lotus estuvo aquí
Cuando se anunció que la tercera temporada de The White Lotus se rodaría en Tailandia, todos los focos apuntaron a los grandes nombres. Pero lo que casi nadie sabe es que todas las cenas de la serie se grabaron aquí. En este restaurante al borde del mar, escondido entre la vegetación y los senderos de arena. Y sin embargo, apenas se ha hablado de él.
Quizás porque este hotel, como el restaurante que lo alberga, nunca ha buscado el centro del escenario. Su grandeza está en lo que no se dice. En su capacidad para ser inolvidable sin alzar la voz.
Estar allí después de haber visto la serie es una experiencia extraña y hermosa a la vez. Todo está igual, pero todo sabe distinto. Porque ahora no eres espectadora: eres parte del plano. Te sientas bajo las mismas lámparas de bambú, escuchas el mar desde el mismo rincón, y entiendes, desde dentro, por qué este lugar merecía ser escenario.