En el corazón del Grand Palais de París, Chanel presentó su colección de alta costura en un escenario íntimo y casi onírico. Una alfombra blanca como la nieve, cortinas de gasa beige, y estructuras doradas enmarcaron un desfile que evocó la privacidad de los salones secretos de la Rue Cambon.

Pocos fueron los afortunados invitados a esta ceremonia de elegancia silenciosa, reafirmando la exclusividad sagrada que la maison mantiene entre la alta costura y el prêt-à-porter.

La colección, concebida por el equipo interno mientras el debut de Matthieu Blazy se espera en octubre, rindió homenaje al amor de Coco Chanel por las tierras altas escocesas.

Esto se tradujo en la elección de materiales robustos como tweeds en tonos invernales de blanco roto y beige, con toques dorados que añadían un aire regio. Las texturas dominaron la pasarela: desde el icónico tweed hasta tejidos de punto grueso, plumas etéreas y capas de tules bordados que simulaban pieles de invierno.

Cada look fue una demostración del virtuosismo de los talleres de bordado y textiles de la maison. Entre los más memorables: un abrigo largo que imitaba la caída de la nieve con detalle en plumas, y un conjunto negro en tweed estrecho con hombreras sutiles que canalizaba fuerza y sofisticación.

En contraste, los looks nocturnos surgieron con blusas de gasa blanca, encajes guipur delicados y faldas de tul desgarrado que revelaban una feminidad vaporosa y ligera.

La paleta se mantuvo sobria y sofisticada: neutros predominantes como beige, blanco invernal, dorado suave y negro profundo. Todo ello acompañado por botas de caminar que aportaban un aire terrenal a la fantasía sartorial.

El clímax del desfile llegó con el icónico vestido de novia, una tradición en cada presentación de alta costura de Chanel. Esta vez, el modelo combinó un cuerpo bordado de lentejuelas blancas, una falda translúcida decorada con motivos florales y un delicado velo que envolvía a la modelo en un halo de pureza moderna. Un ramo de espigas doradas en mano remató el conjunto, cerrando el espectáculo como un poema a la feminidad eterna.

Chanel, una vez más, demostró que en el silencio, también habita el lujo.

*Imágenes: cortesía