Moda
Hace un año mi prima tomó su primera comunión. Un feliz momento como otro cualquiera para ponerse nostálgica y recordar tiempos mozos. ¿Por qué la madre de la criatura no había organizado un espectacular banquete, invitado a cientos de familiares a los que no veíamos desde hacía siglos y gastado una fortuna en el vestido de su hija y en el suyo propio?
Ahí me di cuenta de que, al igual que las bodas y los bautizos, las comuniones habían sido poseídas por el espíritu Pinterest, adaptándose a los nuevos tiempos. Y menos mal. No diré que no disfruté de mi ‘gran día’ (no soporto que la sociedad nos inculqué desde niñas que las bodas y las comuniones son lo más importante que pasará en nuestras vidas). Sin embargo, me alegré de que en la era de los millennials, una comunión no sea más que eso. Una celebración. Ni más ni menos. (Respetando, por supuesto, lo que este acto implica para los creyentes. No estamos hablando de eso).
Así pues, he aquí las siete diferencias que encontré entre mi primera y última comunión, celebrada en 1993 no hagáis cuentas por favor, y la de mi prima, en pleno siglo XXI.

1. El vestido (ya no se pasa entre hermanas)
Como la pequeña de la familia, lucí el mismo diseño que mi hermana mayor. Claro, ríete tú de los arreglos que tuvieron que hacerle. Llévalo a la tintorería para que la señora de Neutrex Futura lo dejé más blanco que el Polo Norte, coge el bajo porque, maravillas de la vida, eres más bajita que tu sister a su edad… ¡Error! Ahora cada niña elige su vestido.

Normal. Si ya desde pequeñas dominan el arte del shopping mejor que Carrie Bradshaw, ¿por qué hacerles llevar un vestido que no les gusta y, además, está pasadísimo de moda?

2. Mini moda low cost
En los 90, pocas eran las tiendas que ofrecían vestidos de comunión. Y las que lo hacían cobraban el metro de tela al precio del metro cuadrado de un piso en Madrid. Vaya, que o tus padres habían ahorrado o tenían que pedir un crédito para vestirte de princesita.

A día de hoy, menos mal, la oferta es más amplia que una bata de cola. Y los diseños han dejado de ser confeccionados como si fueras a posar para Velázquez, como extra en Las meninas. Gracias industria textil. Encontrar un vestido ‘cuqui’ a un precio razonable es posible.
3. Adiós banquete, adiós.
Puedo prometer y prometo, que la comida por mi comunión se realizó en el salón de un hotel. ¿Cómo te quedas? Sí, sí. Mesas redondas con adornos florales llenas de familiares y amigos, me acompañaron en la celebración. Vaya, que no sabía si estaba en mi comunión o en una reunión de la ONU con aperitivos.

Un menú elegido previamente por mis padres se encargó semanas antes. Vaya, igualico que una boda. Si os soy sincera, no me acuerdo de lo que comí. Pero unas pizzas no hubieran sido una mala opción. Por eso, cuando la madre de mi prima nos comunicó que nos invitarían a una comida informal en un restaurante, me pareció lo más. Simple y sencillo (y mucho más barato). Días más tarde, la niña se reunió con sus amigos una tarde para ir al McDonald’s y jugar ‘en las bolas’. ¡Bendito siglo XXI!
Y si decides hacer una merendola algo más formal (rollo boda, aceptamos pulpo como animal de compañía), ahora organizan cosas tan cuquis como esta:
4. Nada de tarta XXL
Con nueve años, servidora se levantó en pleno banquete, cogió una espada que le dio un camarero y cortó un trozo de tarta. No estoy orgullosa de ello, pero lo hice.

¿En serio no tenía edad para conducir ni beber ni fumar, pero sí para manejar una espada?
Mi prima, por suerte, se comió un helado. Aunque si optas por tartas, ahora las hacen de chucherías. Nada que ver.
5. Fotos de estudio (normales)
Hay gente que estudia Arte Dramático y otros que hicimos nuestros primeros pinitos interpretativos frente a la cámara de un iluminado. Exacto. En la década de los 90, los estudios fotográficos dedicados a las comuniones daban más miedo que el museo de cera de Benidorm.

Cuando llegué allí, viví mi primera sesión de fotos. Que si mira para un lado y sonríe… pero pon cara de niña buena. (¿De qué la voy a poner si tengo nueve años, listillo?) Que si ahora siéntate en este banco y baja la mirada mientras cruzas las manos. Que si luego mira por una ventana (falsa, claro está) y pon cara de niña buena, otra vez.
Las instantáneas de mi prima nada tienen que ver con las mías. Vale que también son de estudio y están muy cuidadas. Pero no parecen las típicas fotos que aparecen luego en los marcos de fotos que están en venta. Las mías sí. Lo siento, mamá.
6. Regalos analógicos vs digitales
Una mochila de Hello Kitty, un mega estuche con rotuladores, lápices, gomas, tijeras…, un globo terráqueo (verídico) y una muñeca de porcelana que escondí en lo alto de un armario son los presentes (qué gran palabra) que quedaron grabados en mi memoria. Ah, bueno, esperad. Que también me regalaron una caja que contenía unos cubiertos de plata.

Cierto que algunos me fueron útiles, pero otro muchos acabaron en la vitrina en la que mi madre guarda todo aquello que yo tiraría. Y sí, la mía (un beso desde aquí, Paqui) conserva aquel estuche que alberga un cuchillo, un tenedor y una cuchara.

Por el contrario, mi prima recibió un iPad, una videoconsola, muñecas (de las que no dan miedo), algún libro y dinero. ¿Puedo hacer la comunión otra vez, por favor?
7. Nada de recordatorios
Los recordatorios, para las que no lo sepáis, eran una especie de tarjetas en las que venía impreso tu nombre y la fecha de tu primera comunión, junto a un dibujo ‘cuqui’ (tan ‘cuqui’ como la muñeca de porcelana del punto anterior) de un angelito o algo similar. Normalmente las repartías entre TODOS tus compañeros de clase para que tuvieran un recuerdo, de ahí el nombre, de tu fiesta.

Ahora, solo algunas madres deciden hacer recordatorios para repartir entre los familiares. A los amigos se les invita a la comunión y si no, ¿para qué darles un recordatorio? Sería como darle una invitación de boda a alguien a quien no has invitado.
Si quieres tener un detalle, ahora se reparten souvenirs tan guays como estos (o estos):
¿Moraleja? Mi comunión se ha quedado más obsoleta que los sujetadores con tirantes transparentes. Y menos mal.
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